Por Agroempresario.com
En un giro estratégico, Rusia decidió eliminar las retenciones a la exportación de trigo para impulsar sus ventas externas, en un contexto donde el país enfrenta una fuerte desaceleración de sus despachos al exterior. Esta medida contrasta con la postura adoptada por Argentina, que desde el 1º de julio incrementó los derechos de exportación sobre cultivos claves como la soja y el maíz, afectando la dinámica comercial y la rentabilidad del sector agroindustrial nacional.
Desde junio de 2021, Rusia aplica aranceles flotantes a la exportación de granos como trigo, maíz y cebada, establecidos semanalmente en función de la diferencia entre precios internos y externos. Sin embargo, el impacto de esta política se hizo sentir en la baja de las exportaciones, con un descenso del 28% en el volumen de trigo exportado entre julio 2024 y junio 2025, según datos de la Unión Rusa de Granos citados por Interfax.
El Ministerio de Agricultura ruso decidió fijar el arancel en cero durante la semana del 9 al 15 de julio de 2025, después de registrar un impuesto de hasta 60 dólares por tonelada hace seis meses. Esta exención busca reactivar la comercialización y evitar una mayor pérdida de cuota en el mercado internacional.
El viceprimer ministro Dmitri Patrushev reconoció públicamente en mayo que eran necesarias medidas urgentes para corregir la situación y proteger el rol de Rusia como principal exportador mundial de trigo. La política de retenciones, implementada inicialmente para controlar precios internos y garantizar abastecimiento doméstico, generó efectos adversos sobre los ingresos por exportaciones y la competitividad del sector agrícola.
Los productores rusos manifestaron desde el principio su rechazo a los aranceles, argumentando que limitaban la rentabilidad y desincentivan la producción. Según denuncian, apenas una fracción de lo recaudado retorna al sector, lo que profundiza la crisis en un segmento vital para la economía nacional.
Esta situación es paralela al escenario argentino, donde los derechos de exportación afectan a una economía agrícola clave para las finanzas del país. Sin embargo, mientras Rusia dio un paso atrás para aliviar la presión, Argentina decidió aumentar el gravamen a la soja al 33% y al maíz al 12% desde el 1º de julio de 2025, intensificando la incertidumbre para los productores.
En Argentina, el incremento de retenciones impactó rápidamente en la comercialización de granos. Durante junio, el sector liquidó USD 3.706 millones, cifra un 87% superior al mismo mes del año anterior, anticipando el aumento impositivo. Sin embargo, tras el restablecimiento de las retenciones, las operaciones de soja se paralizaron prácticamente, sin precios de referencia y con un derrumbe en los negocios en el Mercado de Rosario.
El Monitor del Comercio Granario reflejó un desplome en el volumen diario negociado: de 560.000 toneladas diarias en los días previos al 1º de julio a apenas 120.000 toneladas tras la subida impositiva. El maíz mostró una caída menos abrupta, pero igualmente significativa, bajando de 230.000 a 130.000 toneladas diarias en un corto período.
Estos datos evidencian el efecto directo de la política tributaria sobre la dinámica comercial y la rentabilidad del sector, en un momento donde la producción y la exportación argentina enfrentan retos globales y coyunturales.
Argentina y Rusia comparten el desafortunado club de países que aplican retenciones elevadas a las exportaciones agrícolas, una decisión que suele impactar negativamente en los volúmenes exportados y la entrada de divisas.
Mientras Rusia reacciona ante la caída de exportaciones y pone en pausa sus aranceles para recuperar competitividad, Argentina mantiene una política restrictiva que podría comprometer su rol en el mercado global. La Bolsa de Comercio de Rosario informó que, pese a un contexto internacional poco favorable, el sector agroindustrial argentino alcanzó exportaciones por casi USD 21.000 millones en el primer semestre de 2025, sustentado en un volumen récord de comercialización durante períodos de retenciones reducidas.
No obstante, la estrategia actual genera un riesgo para la continuidad de este desempeño, especialmente si los precios internacionales no mejoran o si la política cambiaria no acompaña.
La intención oficial de las retenciones es preservar el superávit fiscal y controlar la inflación mediante la estabilización de precios internos. Rusia implementa esta estrategia para priorizar el abastecimiento nacional, con la esperanza de evitar volatilidad en el consumo. Sin embargo, la realidad mostró que estas medidas pueden tener un efecto contrario, disminuyendo la producción exportable y afectando los ingresos en divisas.
El gobierno ruso ahora busca corregir el rumbo y garantizar la competitividad en el comercio exterior, apostando por la flexibilización de los aranceles para evitar pérdidas de mercado frente a otros grandes exportadores.
En Argentina, el escenario es más complejo. El incremento de retenciones parece ser una “victoria a la Pirro”, ya que la recaudación inmediata podría verse opacada por la caída en las ventas externas y una eventual pérdida de posiciones en los mercados internacionales.
Para Rusia, el paso hacia la eliminación temporal de las retenciones es un reconocimiento pragmático de la necesidad de equilibrar la política interna con las demandas del comercio global. Mantener la competitividad es vital para sostener la producción y asegurar divisas indispensables para la economía.
En Argentina, el desafío consiste en encontrar un equilibrio entre las necesidades fiscales y la salud del sector agrícola. La experiencia rusa sugiere que políticas más flexibles podrían resultar en mayores ingresos netos y una mayor estabilidad en el largo plazo.
El diálogo entre productores, gobierno y actores del comercio internacional es esencial para diseñar un marco impositivo que incentive la producción y exportación, sin sacrificar la estabilidad económica interna.