Por Agroempresario.com
En un nuevo capítulo de la política económica argentina, el Gobierno nacional tomó medidas decisivas para evitar que el tipo de cambio oficial supere los $1.300. Aunque el dólar ya había tocado ese nivel durante la rueda del lunes, la firme intervención del Banco Central (BCRA) y el Ministerio de Economía logró revertir la tendencia alcista y estabilizar la cotización.
Esta acción se dio en un contexto en el que la inflación sigue mostrando señales positivas, con proyecciones que indican una variación de precios inferior al 2% mensual en julio. Sin embargo, el temor a un traslado cambiario que rompa con la incipiente estabilidad llevó al equipo económico a actuar con firmeza en el mercado.
Durante la jornada del lunes, el tipo de cambio minorista alcanzó los $1.280 y el mayorista los $1.260, después de haberse acercado peligrosamente al umbral de los $1.300. El BCRA intervino con una fuerte venta de contratos de dólar futuro que, según estimaciones del mercado, superaron los USD 600 millones. Esta operación permitió reducir más de un 1% las expectativas de cotización para fines de julio y agosto.
Paralelamente, se impulsó una suba significativa de las tasas en pesos, con el objetivo de frenar la demanda de dólares y ofrecer mejores rendimientos a los inversores. Las tasas a un día terminaron en 25% anual, mientras que las LECAP (Letras del Tesoro) alcanzaron un rendimiento efectivo mensual del 2,8%, lo que equivale a más del 30% anual.
La intervención fue una acción coordinada entre el Tesoro Nacional y el Banco Central, y se ejecutó en varios frentes. Además de las ventas de futuros y la suba de tasas, se realizó una licitación fuera de cronograma para absorber pesos del mercado, sumado a una nueva colocación de pases pasivos por parte del BCRA. Esta última herramienta había sido desactivada tras el traspaso de los fondos de Leliq al Tesoro, pero volvió a utilizarse ante la necesidad de controlar la liquidez.
Estas medidas buscan evitar que el dólar continúe su camino alcista, especialmente en un contexto de menor oferta de divisas por parte del sector agroexportador y de mayor demanda estacional.
Si bien el Gobierno sostiene que el tipo de cambio flota dentro de una banda definida en el acuerdo con el FMI, esta fuerte intervención generó dudas entre analistas respecto al verdadero grado de flexibilidad cambiaria. Sin embargo, desde el equipo económico aseguran que el dólar “flota dentro de parámetros acordados”, lo que implica cierta discrecionalidad cuando se detecta un riesgo macroeconómico, como lo sería un rebrote inflacionario.
El mensaje al mercado es claro: el techo de $1.300 no se cruzará fácilmente. Esta cifra se convirtió en el nuevo límite psicológico que el Gobierno busca imponer para sostener la tendencia a la baja de la inflación.
Uno de los datos más alentadores es que, a pesar del reciente aumento del tipo de cambio —de aproximadamente 12% en menos de un mes—, los precios no parecen haber reaccionado con igual magnitud. Esto se debe, en parte, a la recesión y a la caída del consumo, pero también al accionar preventivo del Gobierno para contener la escalada del dólar.
Las proyecciones de inflación para julio siguen siendo optimistas. Varias consultoras coinciden en que el índice se ubicará por debajo del 2%, consolidando un proceso de desinflación iniciado meses atrás.
Desde abril, cuando se inició una flexibilización parcial del cepo cambiario, el tipo de cambio real se apreció alrededor del 18%. Esto quiere decir que los precios en dólares de la economía argentina se volvieron más competitivos en comparación con los países con los que comercia. Esta mejora en la competitividad externa puede favorecer las exportaciones, pero también genera presión sobre los precios internos si se relaja el control cambiario.
A pesar del éxito relativo de la intervención reciente, los próximos meses presentan nuevos desafíos. A partir de la segunda quincena de julio, se espera una caída en las liquidaciones del agro, debido al fin del beneficio de reducción de retenciones. Esto significará menos ingreso de divisas por exportaciones, en un momento en el que aumentará la demanda por razones estacionales: vacaciones de invierno e incremento de las importaciones.
Este contexto complica el equilibrio cambiario y podría llevar nuevamente al dólar bajo presión. Por eso, el Gobierno apuesta a mantener atractivas las tasas en pesos, reforzar la intervención en futuros y garantizar el orden fiscal para sostener la calma.
La estrategia oficial parece centrarse en controlar el dólar como herramienta para consolidar la baja inflación. En esta lógica, el tipo de cambio se convierte en una variable central, y su comportamiento está más vigilado que nunca. Si el Gobierno logra mantener el dólar debajo de los $1.300 sin perder reservas ni desbordar la emisión monetaria, habrá conseguido una victoria clave en la estabilización de corto plazo.
Pero el desafío estructural sigue vigente: ampliar la oferta de divisas, recuperar el crédito externo y generar confianza sostenida para que la economía pueda crecer sin sobresaltos. Por ahora, el ancla cambiaria funciona. La incógnita es por cuánto tiempo.