Por Agroempresario.com
En pleno desierto patagónico, en la localidad pampeana de Casa de Piedra, está germinando uno de los proyectos agrícolas más innovadores del sur argentino: un polo de producción de pistachos que promete revolucionar la economía regional. Ubicada a poco más de 100 kilómetros de General Roca, en la costa del embalse Casa de Piedra, esta zona se posiciona como un nuevo epicentro para un cultivo que hasta hace poco parecía reservado a áreas más tradicionales como San Juan o Mendoza.
El proyecto de Pampapist SRL, empresa que hoy comandan Fernando y Santiago Gutiérrez, padre e hijo, surgió hace poco más de cinco años de una casualidad familiar y el interés por diversificar la producción agrícola. “Conocimos a Juan, un productor pistachero español, y nos sorprendió la calidad del pistacho. Fue el puntapié para investigar si podíamos replicar ese éxito en La Pampa”, cuenta Santiago Gutiérrez.
De esa inquietud nació la búsqueda del lugar ideal, donde la combinación de suelo, clima y agua fuera la adecuada. Tras evaluar varias zonas, Casa de Piedra apareció como la mejor opción. El proyecto avanzó rápidamente gracias al respaldo estatal, que incluyó una inversión millonaria en infraestructura para riego.
Según la ingeniera agrónoma Rosa de Lima Holzmann, especialista del INTA Alto Valle, el terreno de Casa de Piedra presenta características ideales para la producción pistachera. “Son suelos vírgenes, franco-arenosos, profundos y con textura media, perfectos para que el pistachero enraíce y se desarrolle adecuadamente”, explica.
El microclima, creado por el embalse de 360 km², aporta además la ventaja de minimizar las heladas tardías, un problema frecuente en zonas más tradicionales de cultivo como el Alto Valle del río Negro. Además, la aridez natural de la Patagonia facilita la polinización por viento, crucial para esta planta dioica que necesita machos y hembras para fructificar.
Santiago Gutiérrez destaca otro punto clave: “En los últimos 15 años no hemos tenido grandes eventos de granizo aquí, algo que es muy favorable para las plantaciones”.
La costa sur del embalse pertenece a Río Negro, y allí las condiciones agroclimáticas son similares, pero el desarrollo está frenado por la falta de inversión estatal y, sobre todo, de un sistema de riego adecuado. “La inversión en Casa de Piedra es fundamental: la estación de bombeo y acueducto que se construyó puede abastecer agua con presión y filtrada para unas 10.000 hectáreas”, apunta Gutiérrez.
La infraestructura de riego reduce entre un 50% y 60% la inversión inicial comparada con zonas como San Juan, donde cultivar pistachos puede costar entre US$30.000 y US$35.000 por hectárea. La provisión constante de agua de calidad es vital en esta zona desértica, y la margen rionegrina aún no cuenta con esa ventaja.
El proceso comienza con semillas UCB#1 importadas de la Universidad de California, germinadas y luego injertadas con variedades Kerman (hembra) y Peter (macho). Pampapist tiene su propio vivero para este fin y cuida al detalle la distancia entre árboles para favorecer la polinización y evitar daños por viento.
La planta tarda entre cinco y siete años en producir frutos, pero una vez establecida puede durar hasta 100 años. “Los primeros años se recomiendan sacar todos los frutos para que la planta concentre energía en crecer”, explica Santiago Gutiérrez.
El pistacho es hoy el fruto seco más caro del mundo, con precios internacionales cercanos a US$10 por kilogramo. Su elevado valor se debe a la escasez mundial de producción y a una demanda creciente, especialmente en mercados como Estados Unidos, Europa y Asia.
Además, el pistacho destaca por sus beneficios nutricionales: es el fruto seco con mayor contenido de proteínas y fibra, y menor en grasas. Contiene hierro y fitoesteroles, ayudando a regular el colesterol y mejorar la salud cardiovascular.
Argentina tiene una ventaja competitiva: está en el hemisferio sur, lo que permite producir pistachos a contraestación y abastecer mercados cuando el hemisferio norte no produce. La cercanía con Brasil, el mayor mercado sudamericano sin producción propia, abre una oportunidad comercial enorme.
Actualmente, Pampapist cultiva casi 200 hectáreas, pero proyecta sumar entre 700 y 800 más en los próximos dos años. Este crecimiento dependerá de la continuidad del apoyo estatal, la inversión privada y la consolidación de una cadena productiva eficiente.
El impulso que Casa de Piedra ha recibido contrasta con la lentitud en Río Negro, donde la falta de infraestructura hídrica frena el desarrollo. Expertos y productores coinciden en que la región podría convertirse en uno de los grandes polos pistacheros del país, siempre y cuando se articulen esfuerzos públicos y privados.
El polo de pistachos en Casa de Piedra combina innovación, inversión y condiciones naturales ideales para consolidar un nuevo cultivo de alto valor en la Patagonia. La familia Gutiérrez y Pampapist demuestran que con visión, respaldo y trabajo es posible diversificar la producción agrícola y aprovechar recursos locales para competir en mercados globales.