Por Agroempresario.com
El paladar del consumidor global está cambiando, y no es casualidad que las redes sociales se hayan convertido en el motor de esta transformación. Los sabores salados, alimonados, agridulces y fermentados ganan terreno, desplazando a lo dulce tradicional como símbolo de indulgencia. La Generación Z es protagonista de esta revolución, con un consumo que ya se refleja en datos duros: las búsquedas de “pepinillos” crecieron un 60% en YouTube desde abril, mientras que en TikTok el hashtag #Pickles acumula más de 9.600 millones de visualizaciones.
El fenómeno no es aislado ni caprichoso. Se trata de un proceso en el que confluyen la post-pandemia, la crisis económica global, la cultura digital y el creciente valor de lo aspiracional en la alimentación.
Según un estudio de Tastewise + Rubix NEXT Flavor Network, un 20% de la Generación Z confiesa tener obsesión con los pepinillos. Las marcas ya tomaron nota: aparecen bebidas sabor pickle, snacks con toques de encurtido, pochoclos, helados e incluso cócteles como margaritas con pepinillos.
Lo mismo sucede con las aceitunas, que ganan terreno como snack de moda. El boom de los alimentos fermentados (pan de masa madre, kefir, kombucha) confirma que el consumidor joven busca experiencias sensoriales intensas, más allá de lo dulce clásico.
El ciclo es conocido: una moda surge, explota en redes y se traduce en góndolas. Pero ahora el proceso es mucho más rápido. Fenómenos como el “reto del pepinillo” (pickle con chamoy, Tajín y caramelo ácido) o celebridades como Dua Lipa echando jugo de pickle en su Coca-Cola Light demuestran que la cultura digital dicta la agenda de consumo.
La periodista Rebecca Jennings, en Vox, lo resume así: “Lo que hoy vemos con los pepinillos es la versión 2025 del avocado toast”.
El “avocado toast” fue el hype gastronómico por excelencia de la última década. Pero su éxito tuvo menos que ver con el sabor que con factores externos: la apertura de importaciones en EE.UU., mejoras en la producción, el boom de Chipotle y una fuerte carga aspiracional.
Hoy el mismo cóctel de factores (economía, redes, estatus) se observa en alimentos básicos como pepinillos, olivas o pistachos, transformados en nuevos objetos de deseo.
Con la pandemia, cocinar en casa pasó a ser práctica común. Esto, sumado a la recesión global, disparó el valor de los ingredientes accesibles y fáciles de conseguir. En países como Argentina, donde los aranceles encarecieron productos importados, y en EE.UU., con la inflación de alimentos básicos, ingredientes antes cotidianos adquirieron aura de lujo.
Así nacen los “pickme foods”: alimentos comunes, convertidos en símbolos de estatus gracias a la viralidad y al packaging premium que las marcas lanzan para atraer al segmento foodie.
En tiempos de crisis, los alimentos cumplen una doble función: nutrición y pertenencia social. La Generación Z, moldeada por la lógica del “lujo barato” (Shein, Quince), entiende que un pickle puede ser tan aspiracional como un bolso de marca, siempre que genere interacción digital.
El paralelismo con la moda es claro: ciclos rápidos de tendencia, ingredientes democratizados y, a la vez, elitizados por la narrativa online.
El último hype detectado en redes: vino blanco con jalapeños. Todo indica que la tendencia seguirá en sabores disruptivos, con fuerte presencia de acidez, amargor y fermentación.
La clave está en entender que las marcas de alimentos y bebidas ya no son solo productoras, sino también generadoras de experiencias sociales y digitales. El futuro de la gastronomía será, en gran parte, lo que las redes decidan viralizar.