Por Agroempresario.com
La selva amazónica, uno de los principales reservorios de biodiversidad y regulador del clima global, enfrenta crecientes presiones debido a la deforestación, incendios forestales y pérdida de especies. Un reciente estudio internacional revela que la mayor amenaza para este ecosistema no es un “punto de inflexión” climático catastrófico, sino la acumulación de impactos directos de la actividad humana.
El equipo científico, liderado por Paulo Brando de la Universidad de Yale, analizó décadas de datos sobre la Amazonía. La investigación, publicada en Annual Review of Environment and Resources, descarta la existencia de un único umbral ecológico que provoque el colapso total de la región. En cambio, subraya que la resiliencia de la Amazonía varía según la zona y depende en gran medida de la magnitud de la intervención humana.
Brando explicó que “la mayor preocupación no son los ciclos de retroalimentación a 30 o 50 años, sino el impacto humano directo actual”. La acumulación de deforestación, incendios y degradación del suelo supera la capacidad de recuperación natural en muchas áreas, especialmente en el sureste de la cuenca.
El estudio describe la degradación como una serie de “golpes de martillo” que, sumados, deterioran la salud del ecosistema. Aunque el cambio climático puede afectar la Amazonía, por sí solo no provocaría un colapso total, ya que vastas extensiones mantienen un alto potencial de recuperación si se detienen los impactos humanos directos.
El análisis consistió en una revisión exhaustiva de literatura científica y datos recientes sobre deforestación, incendios, pérdida de biodiversidad y cambios en el uso del suelo. Se evaluaron procesos ecológicos clave, la interacción con el clima y los efectos acumulativos de la acción humana.
Los científicos destacaron que la Amazonía almacena carbono equivalente a diez años de emisiones globales de dióxido de carbono, representando un sumidero esencial para el planeta. Además, los bosques tropicales concentran el 55% del carbono terrestre y contribuyen con el 40% del sumidero global. La degradación continua podría superar los límites ecológicos seguros, incluso sin un punto de inflexión definido.
La investigación también apunta que el concepto de “punto de inflexión” ha guiado políticas de conservación, pero su aplicabilidad para toda la Amazonía es limitada debido a la heterogeneidad del ecosistema. Cada región responde de manera diferente a la presión humana y climática, por lo que se requiere un enfoque local y adaptativo.
Entre los impactos más significativos identificados se encuentran:
El estudio enfatiza que estas acciones tienen efectos acumulativos que debilitan la resiliencia del ecosistema, mucho más que las fluctuaciones climáticas a corto plazo.
Los investigadores proponen una serie de estrategias para fortalecer la Amazonía:
Brando comparó la situación con una casa: “Si se detiene la bola de demolición (impactos humanos), todavía existe la posibilidad de reparar las fugas y salvar los cimientos”. La atención debe centrarse en frenar los “martillazos” humanos antes de que se alcancen límites irreversibles.
La Amazonía no solo es un reservorio de biodiversidad, sino también un regulador climático vital. Su degradación acelerada podría convertirla en fuente neta de carbono, incrementando la concentración de gases de efecto invernadero y afectando los patrones climáticos globales. Los investigadores señalan que preservar la Amazonía es crucial para mantener la estabilidad del clima mundial y asegurar la resiliencia de los ecosistemas tropicales.
El estudio reconoce que algunas zonas, especialmente el sureste de la Amazonía, son más vulnerables a cambios abruptos por factores climáticos combinados con actividad humana. Sin embargo, otras áreas aún poseen un alto potencial de recuperación, destacando la importancia de enfoques diferenciados según la región.
Entre los autores del estudio se encuentran científicos de Brasil, Perú, Colombia y Bolivia, lo que refleja un esfuerzo colaborativo internacional para comprender y proteger la Amazonía. La evidencia científica indica que la acción humana, más que el cambio climático, define la trayectoria futura del ecosistema y la efectividad de las políticas de conservación.