Por Agroempresario.com
Alejandro Mentaberry, director de la Maestría de Bioeconomía en el Instituto Universitario para el Desarrollo Productivo y Tecnológico Empresarial de la Argentina (IUDPT) participó del III Congreso Federal “Argentina Agrega Valor en Origen / Cumbre Mundial de la Bioeconomía”, organizado por Agroempresario.com y realizado el pasado 25 de agosto en el Hilton Hotel de Puerto Madero.
En su disertación, Mentaberry —con una trayectoria de casi 30 años como investigador del CONICET y experiencia en gestión como coordinador ejecutivo del Gabinete de Ciencia y Técnica durante ocho años— ofreció una mirada crítica pero esperanzadora sobre el presente y futuro de la bioeconomía argentina. Su intervención combinó un repaso histórico, un análisis de las fortalezas y debilidades del país, y un llamado a construir un modelo de desarrollo federal y territorial basado en la ciencia, la tecnología y la innovación.
Mentaberry inició su exposición con un contraste. Por un lado, describió la realidad argentina como un país dividido por “grietas que llegan al canibalismo político”, con inestabilidad económica y sin un modelo de desarrollo claro. Por otro lado, subrayó la satisfacción de participar en un encuentro que reúne a referentes de la ciencia, la tecnología y la producción para pensar colectivamente estrategias de futuro.
“En un contexto de frustración y desconcierto, la bioeconomía aparece como un camino posible para valorizar el patrimonio que la Argentina posee en abundancia”, señaló.
Uno de los puntos centrales de su presentación fue la definición de la bioeconomía. Según Mentaberry, no existe una única interpretación, sino una convergencia de perspectivas:
Estas visiones, explicó, se equilibran de distinta manera en los discursos nacionales de cada país. Para simplificar, algunos la definen como “biomasa + conocimiento + sostenibilidad”. Sin embargo, insistió en que lo esencial es su carácter interdisciplinario y transdisciplinario.
“La bioeconomía no puede ser encarada desde un único enfoque. Requiere programas y políticas que integren múltiples miradas”, afirmó.
El especialista destacó que la Argentina cuenta con ventajas únicas para el desarrollo bioeconómico:
No obstante, advirtió que el país se ha limitado a proclamar sus potencialidades sin traducirlas en resultados económicos concretos. “Las potencialidades no significan nada si no se convierten en realidades productivas”, alertó.
El avance de la bioeconomía en Argentina, explicó, no ha sido producto de políticas centralizadas, sino del impulso de regiones, instituciones y actores productivos. La participación en el PBI nacional es significativa: entre el 16% y el 18% de la economía, considerando principalmente el sector agroindustrial.
Mentaberry subrayó que esta cifra no incluye rubros como los servicios ecosistémicos, los biofármacos o la biorremediación, lo cual muestra el enorme potencial aún sin contabilizar.
A nivel internacional, más de 50 países cuentan ya con programas formales de bioeconomía. Paradójicamente, Argentina, con todas las condiciones a favor, no ha consolidado un plan estratégico nacional.
La distribución territorial del desarrollo bioeconómico refleja las asimetrías históricas del país. Según Mentaberry, la bioeconomía está fuertemente consolidada en la región central: Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y Mendoza concentran la mayor parte de las iniciativas.
Otras regiones, como el NEA, el NOA o la Patagonia, poseen recursos y biomasa, pero carecen de infraestructura, inversión y políticas de desarrollo. Esto genera una economía profundamente desigual, donde el 60% del PBI se concentra en pocas provincias.
“La pobreza estructural del norte argentino está íntimamente ligada a esta falta de integración en el esquema bioeconómico nacional”, advirtió.
El investigador insistió en que el futuro de la bioeconomía argentina debe construirse desde el territorio. Los programas provinciales y municipales, dijo, son la base para generar riqueza, empleo y un federalismo más genuino.
Mencionó que ya existen hubs bioeconómicos y biopolos en distintas provincias, que muestran cómo la bioindustrialización puede convertirse en un motor de desarrollo regional.
“Estamos en un punto de viraje. La Argentina debe dejar de hablar de potencialidades y comenzar a transformarlas en realidades territoriales”, señaló.
Mentaberry fue crítico respecto a la falta de visión de la dirigencia argentina en su conjunto. No se trata solo de los líderes políticos, aclaró, sino también de los dirigentes económicos, sindicales e intelectuales.
“La Argentina no sabe dónde quiere estar en el siglo XXI. No logra diseñar un modelo de desarrollo ni aprovechar la demanda mundial de lo que tenemos en abundancia”, cuestionó.
A su juicio, la ausencia de una estrategia de inserción internacional limita las posibilidades de un país que debería ser protagonista en la economía del conocimiento.
Un tema central de su exposición fue el cambio tecno-productivo global. Según Mentaberry, el mundo atraviesa una revolución sin precedentes, con la irrupción de la inteligencia artificial y la robótica.
“En menos de diez años, el costo del trabajo humano puede llegar a cero en sectores industriales debido a la automatización”, advirtió.
Frente a este escenario, destacó la necesidad de fortalecer el sistema de ciencia y tecnología argentino, con instituciones como el CONICET, el INTA y el INTI. “Disolver estos organismos sería un suicidio nacional”, sentenció.
La otra gran palanca, junto con la ciencia, es la educación. Mentaberry resaltó que la transición hacia la economía del conocimiento no puede lograrse sin formar a la sociedad en nuevas capacidades.
En este marco, presentó la Maestría en Bioeconomía del IUDPT, que coordina actualmente. Este programa busca formar profesionales con:
“No solo enseñamos contenidos cognitivos y normativos. Queremos formar agentes de cambio con una nueva cosmovisión”, explicó.
Hacia el cierre, Mentaberry destacó que la Argentina enfrenta una crisis sistémica —económica, ambiental y tecnológica— que exige respuestas rápidas y coordinadas.
La bioeconomía, afirmó, puede ser la clave para:
“Estamos en un momento bisagra. Argentina tiene todas las cartas en la mano para construir un camino bioeconómico propio. Lo que falta es decisión, visión y dirigencia”, concluyó.