La urgencia por producir alimentos y combustibles de baja huella de carbono sin encarecer los precios finales es hoy uno de los desafíos centrales de la agroindustria argentina. Así lo afirmó Manuel Ron, presidente de BIO4, durante su participación en el Forbes Campo y Futuro Summit, realizado el 19 de noviembre en la ciudad de Buenos Aires, donde planteó que la transición energética global abre una oportunidad estratégica para el país, siempre que existan reglas estables y condiciones para competir. La información surge de un artículo publicado por Forbes Argentina.
Ron, al frente de una de las principales biorrefinerías del país, recordó que la empresa fundada en 2010 por un grupo de productores de Río Cuarto nació para agregar valor al maíz y reducir la exportación de granos sin procesamiento. Desde entonces, el avance de los mercados y la demanda internacional por moléculas de baja huella de carbono transformaron el modelo productivo de BIO4, que ya no solo produce bioetanol, sino también biogás y biofertilizantes, en un esquema basado en economía circular.
“El consumidor quiere alimentos y combustibles de baja huella pero no está dispuesto a pagar una prima verde”, afirmó Ron en diálogo con Forbes. Esa premisa, añadió, obliga al sector a desarrollar tecnología capaz de generar productos competitivos sin costos adicionales, una condición que considera indispensable para consolidar la transición energética.
Según expuso, Argentina cuenta con una “plataforma fotosintética inigualable” que podría convertirse en un motor de crecimiento si se aprovecha para producir bioenergía de manera integrada. Sin embargo, advirtió que el país está muy por detrás de otras economías agroindustriales: mientras que en algunas naciones el 70% de la producción de granos se industrializa, en Argentina la proporción apenas supera el 4%, un indicador que, a su juicio, exhibe tanto el retraso como el potencial de expansión.
Uno de los ejes centrales de su intervención en el panel “Desafíos e impactos de las nuevas tecnologías en la agricultura del futuro” fue el estándar ambiental que imponen los mercados internacionales. Ron explicó que para ingresar al mercado europeo, el bioetanol producido en el país debe garantizar una reducción del 70% de las emisiones respecto de la nafta. “Si no se cumple ese umbral, el producto no entra o paga aranceles exorbitantes”, aseguró a Forbes.

Esto implica revisar toda la cadena, desde la producción primaria hasta la logística internacional. De acuerdo con Ron, esa exigencia llevó a BIO4 a evolucionar “de una planta agroindustrial a una biorrefinería energética”, capaz de capturar carbono del suelo, transformar maíz con bajo impacto y minimizar las emisiones del proceso completo.
La expansión de cultivos como el maíz es, según Ron, una oportunidad decisiva. Si Argentina llegara a producir 100 millones de toneladas, podría escalar la fabricación de etanol, una molécula que definió como “supercompetitiva en términos de precio” y con un aporte relevante a la descarbonización.
Ron dedicó parte de su presentación a destacar el rol del biogás y el biometano en la matriz energética futura. Señaló que la digestión anaeróbica es “necesaria para tratar efluentes de ciudades, criaderos de cerdos, frigoríficos y residuos domiciliarios”, evitando la liberación de metano, un gas con un potencial de calentamiento muy superior al del dióxido de carbono.
El aprovechamiento de estos residuos como insumos energéticos, sumado a la posibilidad de reintegrar nutrientes a través de biofertilizantes, constituye —según Ron— un círculo virtuoso para la agricultura regenerativa. No obstante, remarcó que estas inversiones requieren políticas públicas previsibles, especialmente en lo referido a precios de la energía generada y financiamiento de largo plazo. “Una planta de etanol supera los 100 millones de dólares”, recordó.
Durante su exposición, Ron insistió en que el camino para que Argentina se posicione en el nuevo escenario energético pasa por industrializar todos los granos, transformarlos en moléculas con valor agregado y reducir la dependencia de la exportación primaria. Según su visión, el etanol es la vía más rápida para convertir el maíz en un producto de alta competitividad internacional, con un impacto inmediato en emisiones.
Tomó como referencia el caso de Brasil, donde los cortes obligatorios de naftas alcanzan el 30%, un escenario lejano para Argentina pero, a su entender, posible si existiera un marco regulatorio estable. En este punto, planteó la necesidad de consensuar políticas que trasciendan los gobiernos y otorguen previsibilidad.
A su vez, subrayó que el potencial del país no se limita al maíz. La gestión de residuos mediante biodigestión, la captura de nutrientes y la producción de biofertilizantes podrían, dijo, mitigar la huella ambiental de la agricultura convencional, mejorar la calidad del suelo y fortalecer un modelo de producción regenerativa.
El desafío, según Ron, es lograr que todos estos procesos —bioetanol, biogás, biometano y biofertilizantes— sean económicamente viables. “El consumidor no paga extra por la baja huella”, volvió a enfatizar en declaraciones a Forbes, y planteó que la única manera de avanzar es mediante la innovación tecnológica aplicada a escala industrial.
Esto incluye, entre otros puntos, mejorar la eficiencia energética de las plantas, reducir el uso de combustibles fósiles en los transportes y lograr que la captura de carbono del suelo sea verificable según los estándares globales. De lo contrario, sostuvo, Argentina podría quedar fuera de mercados estratégicos justo en un momento en que el mundo demanda soluciones de descarbonización a gran velocidad.
Hacia el cierre de su exposición, Ron sostuvo que Argentina se encuentra ante una oportunidad histórica debido al cambio de matriz energética global. Pero advirtió que el país debe reaccionar rápido. Sin señales claras, afirmó, será difícil atraer inversiones que permitan ampliar la capacidad instalada de biorrefinerías y desarrollar tecnología de punta.
“La transición energética ya llegó y tenemos que sacarle provecho”, dijo a Forbes, insistiendo en que el país debe “estar en la vanguardia” con financiamiento competitivo y reglas que den certidumbre a proyectos que se amortizan en décadas, no en ciclos políticos cortos.
Para Ron, la hoja de ruta está clara: industrializar más, reducir emisiones en toda la cadena, ampliar el uso de bioenergía y convertir residuos en recursos. El desafío, sintetizó, no es tecnológico, sino político y estratégico.