Según el artículo firmado por Sofía Selasco, difundido por Bichos de Campo la historia comienza con una convocatoria inesperada: la Bodega Valle de la Puerta, ubicada en Chilecito (La Rioja), invitó al ingeniero agrónomo Luciano Orden —especialista en valorización de residuos agroindustriales— a desarrollar una estrategia para transformar sus desechos en productos de alto valor. Orden, formado en la Universidad Nacional del Sur y con una extensa trayectoria en INTA Hilario Ascasubi, recibió el llamado mientras residía en España gracias a una beca de la Fundación María Zambrano.

En diálogo con Bichos de Campo, el agrónomo recordó: “Hace tres años que estoy acá, y el año pasado recibí el llamado de la bodega, que quería avanzar en un proyecto muy innovador” (Sofía Selasco, Bichos de Campo).
El impulso vino acompañado por una necesidad estratégica. El CEO de la bodega, Julián Clusellas, explicó al medio que la empresa buscaba adecuarse a un mercado global comandado por la Agenda 2030 y nuevas barreras paraarancelarias. Esa lectura los llevó, años atrás, a montar una planta de pellets de madera con restos de poda. El sistema no funcionó como esperaban y la llegada de Orden permitió redireccionar el proyecto hacia un compostaje industrial, optimizado y sustentable.

Para esta segunda etapa, el especialista convocó al investigador español Raúl Moral Herrero, catedrático de la Universidad Miguel Hernández de Elche y referente en residuos de almazaras. Juntos viajaron a la finca riojana para realizar relevamientos, capacitaciones y la toma de muestras.
Aunque Valle de la Puerta ya tenía un fuerte enfoque ambiental, enfrentaba un desafío complejo: lograr un compost estable a gran escala. Sus residuos principales —orujo, alperujo, restos de poda y cama de pollo— se degradaban de manera natural en pilas abiertas, una práctica habitual pero altamente emisora de gases como metano, amoníaco y óxidos nitrosos.
Con el trabajo del equipo técnico y herramientas desarrolladas por el propio Orden, como una volteadora diseñada para mejorar la mezcla sin afectar la maquinaria agrícola, lograron estabilizar el proceso. El compost maduro ahora cumple estándares que permiten su registro en Senasa y su comercialización.
Este avance fue clave para obtener certificaciones otorgadas por la empresa estadounidense SCS, tal como destaca Selasco en su nota.

La bodega aprovechó la infraestructura preexistente para volver a poner en marcha su planta de pellets, pero esta vez con un insumo totalmente diferente: su propia biomasa compostada. La capacidad actual alcanza las cinco toneladas por hora y los productos se comercializan bajo la marca Wanu, en asociación con la empresa Nutriterra.
Orden detalló —en la entrevista citada por Selasco— que parte del fertilizante es orgánico y otra parte orgánico-mineral, formulado bajo criterios similares a los insumos utilizados en agricultura convencional.
El proyecto no terminó allí. Valle de la Puerta incorporó hornos pirolíticos provenientes de Ucrania, convirtiéndose en la primera empresa argentina en emplear esta tecnología a escala comercial. A partir de restos de poda de olivo y vid producen biochar, con una capacidad de 10 toneladas diarias.
Clusellas explicó a Bichos de Campo —según reproduce la autora— que entre un 10% y un 15% del biochar se incorpora al fertilizante Wanu, mejorando la retención hídrica del suelo y su capacidad de absorber metales pesados, además de favorecer la microbiología. El resto será comercializado como carbón vegetal en supermercados y destinado también a exportación.

Con resultados medibles y productos ya en el mercado, Orden considera que la experiencia debería replicarse en más empresas agroindustriales. “Hay muchos escondiendo residuos debajo de la alfombra, y eso se puede cambiar”, afirmó en declaraciones recuperadas por Sofía Selasco.
El caso de Valle de la Puerta muestra que, cuando la ciencia aplicada encuentra respaldo empresarial, la sustentabilidad deja de ser solo un discurso y se transforma en una herramienta productiva.