La Argentina alcanzó entre enero y noviembre de 2025 el volumen de exportaciones de aceites vegetales más alto del siglo, según informó Infobae en base a un estudio de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR). El dato coincide con la consolidación de la India como principal comprador, un país que absorbió más del 60% de los envíos de aceite de soja y girasol, en un contexto global marcado por mayor demanda industrial y reconfiguración del comercio internacional. El récord reviste importancia estratégica para el país por su impacto en divisas, posicionamiento regional y oportunidades para su complejo agroindustrial.
La BCR señaló que las exportaciones de aceites vegetales alcanzaron 7,12 millones de toneladas durante los primeros once meses del año, impulsadas principalmente por el desempeño del aceite de soja y girasol, dos productos centrales dentro del esquema exportador argentino. El informe, elaborado por Franco Pennino, Matías Contardi y Emilce Terré, detalló que la suba responde tanto a factores locales —como la recuperación de la producción de soja y el fuerte rinde del girasol— como a transformaciones externas que modificaron el tablero internacional del sector.
En este marco, la India se consolidó como el destino más importante para la industria aceitera argentina, desplazando a China y a la Unión Europea en términos relativos. De acuerdo con estimaciones de la naviera NABSA citadas por la BCR, Nueva Delhi adquirió 3,89 millones de toneladas de aceite de soja y girasol, lo que representa un incremento del 50% respecto del promedio anual del quinquenio previo. Esta demanda extraordinaria no solo aceleró el volumen total exportado por Argentina, sino que también influyó en los precios, en el uso de la capacidad instalada y en la estrategia comercial del sector.
Según la información publicada por Infobae, el desempeño argentino estuvo acompañado por un escenario internacional complejo, signado por la caída en la oferta del Mar Negro, donde Ucrania continúa enfrentando dificultades derivadas del conflicto bélico con Rusia y de problemas climáticos que afectaron áreas de cultivo y logística. En simultáneo, la producción rusa se mantuvo elevada, pero el país destinó gran parte de su volumen al mercado interno, reduciendo su capacidad de abastecimiento global.
Este reacomodamiento abrió una ventana de oportunidad para la industria local. La combinación entre una buena cosecha argentina —cercana a las 50 millones de toneladas de soja— y la creciente necesidad de países importadores de diversificar proveedores permitió que el país se posicionara de manera competitiva. El girasol aportó también un resultado excepcional: sus ventas externas alcanzaron 1,43 millones de toneladas, la cifra más alta para ese período en lo que va del siglo.

El informe de la BCR destacó otro fenómeno clave: el cambio en el uso global de los aceites vegetales. Mientras a principios de los años 2000 cerca del 90% se destinaba únicamente al consumo alimentario, hoy más del 30% se dirige a fines industriales, especialmente a la fabricación de biocombustibles. Esta nueva dinámica generó mayor competencia entre los distintos tipos de aceite, en particular frente al aceite de palma, tradicionalmente dominante y altamente competitivo en precio. Pero restricciones temporarias, cambios regulatorios y mejoras nutricionales impulsaron la preferencia por alternativas como los aceites de soja y girasol.
En este contexto, Indonesia, el principal productor mundial de aceite de palma, redujo su saldo exportable para priorizar su matriz energética interna, lo que reforzó la demanda de aceites sustitutos. Para Argentina, esto implicó la posibilidad de ocupar espacios liberados en mercados asiáticos y africanos, incrementando su presencia en regiones donde la competencia había sido históricamente más intensa.
La centralidad de la India en este nuevo mapa agroindustrial fue un punto destacado por la BCR y retomado por Infobae. En 2025, el país asiático explicó el 61,2% de las exportaciones argentinas de aceites vegetales, una concentración sin precedentes. La expansión de su clase media y el aumento sostenido del PBI per cápita contribuyeron a un mayor consumo de aceites de mayor calidad nutricional. Asimismo, restricciones temporales a las importaciones de aceite de palma y el fortalecimiento de su industria alimentaria multiplicaron la demanda de aceites alternativos.
Según datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) citados por la BCR, la campaña 2024/25 dejará un volumen récord de exportaciones globales de aceite de soja, ubicando a la Argentina en el primer lugar a nivel mundial con 7,09 millones de toneladas. La India, por su parte, participó del 66% de las compras mundiales de este producto, lo que explica la magnitud del rol que ocupa en el negocio.

Reuters y Bloomberg indicaron que la reorientación de la demanda india no sólo afectó a productores del sudeste asiático, sino que generó un reordenamiento en países sudamericanos, que respondieron de manera más rápida frente a las necesidades logísticas y sanitarias de ese mercado.
Aunque los indicadores de 2025 son positivos, la BCR advirtió que la alta concentración de la demanda en un solo destino conlleva riesgos. Dependencia excesiva de un único comprador implica vulnerabilidad ante eventuales cambios regulatorios, alteraciones arancelarias o volatilidad macroeconómica en la India. La necesidad de sostener una estrategia comercial diversificada aparece así como una de las prioridades para la industria aceitera local.
A esto se suma la incertidumbre climática regional, un factor determinante para la producción de girasol y soja, cultivos sensibles a condiciones extremas. El USDA proyectó para 2026 un nuevo incremento en las exportaciones de aceite de girasol desde Argentina, con la posibilidad de alcanzar 1,45 millones de toneladas, siempre que el clima y la competitividad del mercado acompañen esa expansión.

Finalmente, la Bolsa de Comercio de Rosario enfatizó que el desafío de la industria no se limita a sostener el volumen exportado, sino a profundizar ganancias de productividad, invertir en mejoras tecnológicas, consolidar acuerdos bilaterales y garantizar una mayor estabilidad en la oferta. La evolución del mercado internacional —particularmente en materia energética— será determinante para evaluar el rumbo del sector en los próximos años.