n la última década, la producción mundial de etanol se duplicó, pasando de 43.000 millones a 100.000; mientras que la de biodiésel se cuatriplicó, ya que pasó de 7.000 a 33.000 millones. Las cifras son aún más sorprendentes si se tiene en cuenta que más del 80% de la producción mundial de biocombustibles se concentra en dos países y una región: Estados Unidos, Brasil y la Unión Europea (UE).
La producción de etanol constituye más de tres cuartas partes de los biocombustibles líquidos, aunque se proyecta que la proporción de biodiésel aumentaría considerablemente en la próxima década, conforme vayan ganando posiciones los combustibles orientados al transporte en relación a la gasolina.
Probablemente, el factor más desestabilizante del negocio global de biocombustibles fue el surgimiento de los vehículos eléctricos (EVs), cuya producción comprendería más del 30% del mercado automotriz internacional en 2030, que estaría comandado por los países asiáticos, especialmente por China.
Estados Unidos consiguió liderar el mercado mundial del etanol y el biodiésel mediante un sistema de mandatos y regulaciones del gobierno federal, fijados por ley. Gracias a ello, más del 40% de la producción de maíz de EE.UU. se volcó a la industria del etanol en 2019.
Pero Estados Unidos no es el único que cuenta con sistemas regulatorios: hay más de cuarenta países que regulan e incentivan el uso de etanol y biocombustibles, en un contexto en el que el cambio climático se volvió decisivo para determinar las políticas públicas. China, por ejemplo, planea cubrir con vehículos eléctricos más del 20% del mercado automotriz para 2030, con el propósito de prohibir los autos con motores de combustión interna que estén basados en el uso de combustibles fósiles.
A corto o mediano plazo, el sector de biocombustibles y la producción agrícola en general se deberá transformar en base a las medidas que se consideren necesarias para luchar contra el cambio climático.