¿De qué sirve alcanzar las 2 millones de hectáreas forestadas si podría repetirse lo que ocurrió durante décadas, cuando las inversiones de escala no llegaron?
¿De qué sirvió contar con una masa forestal de un millón trescientas mil hectáreas, si no se atrajo inversión y esa superficie ha estado en franco descenso durante años? No hay nuevas plantaciones, ni se reforesta la totalidad de lo talado, y los incendios reducen aún más esa superficie.
¿De qué sirve tener una ley que incentive el desarrollo de la actividad si solo ha impulsado plantaciones en lugares remotos, sin acceso vial? ¿Y de qué sirve promover esta actividad si no se aprovecha toda la masa que ya está en edad de cosecha?
¿De qué sirve tener tanta materia prima potencialmente disponible, si la industria opera por debajo de su capacidad instalada? Ni pensar en que, si por algún motivo se decidiera acelerar el proceso, no existe la infraestructura logística, el financiamiento ni el personal calificado para acompañar ese crecimiento.
Fuente: Direccion Nacional de Foresto-industria, Ministerio de Agricultura de la Nación
Mientras se siga considerando el recurso físico como un valor en sí mismo, lo cual no es cierto, nada cambiará en el sector. La verdadera transformación ocurrirá cuando el recurso se entienda como un recurso económico.
El recurso económico es una idea, una visión. No es el material en sí mismo, sino lo que se hace con él.
Hay miles de hectáreas de plantaciones envejeciendo sin recibir cuidados, y esto no cambia la ecuación para el sector. El recurso físico solo adquiere valor cuando se lo pone en valor. Evidentemente, faltan piezas en este rompecabezas.
Poner en valor implica, en primer lugar, mirar hacia afuera, mirar al otro. Como se suele decir, ponerse en los zapatos del cliente. Solo así se podrá determinar si la meta de 2 millones de hectáreas es significativa y si realmente vale la pena invertir en el sector.
En segundo lugar, poner en valor implica invertir. Invertir en bienes de capital, como maquinaria, es una condición necesaria, aunque no suficiente. Es fundamental invertir en competencias personales, grupales y sociales, algo que hoy no sucede de forma organizada, ni dentro de la mayoría de las empresas ni a nivel sectorial.
Si quienes tienen las máximas responsabilidades en empresas y ocupan posiciones estratégicas no hacen un balance de las habilidades que poseen y de las que necesitan para alcanzar sus objetivos, nada cambiará. Las habilidades que nos trajeron hasta aquí no son necesariamente las que nos llevarán a donde queremos estar.
Sin inversiones en el desarrollo de equipos, propios y de terceros, no habrá crecimiento. Si no se comprende que nada se logra en soledad, nada ocurrirá. Si no se percibe el valor y el retorno de las inversiones en el desarrollo de equipos de trabajo y en el crecimiento de los prestadores de servicios, no habrá perspectivas de cambio.
Asimismo, es crucial desarrollar capacidades y activos sociales, aquellos que individualmente no se pueden obtener, los que se basan en la cooperación y la colaboración. Consorcios camineros y consorcios de manejo del fuego son ejemplos claros de esto. Ya sabemos que el Estado no tiene la capacidad omnipresente que se espera. Existen excelentes herramientas para abordar cuestiones estratégicas, como la conservación de caminos o la prevención de incendios.
Como se puede apreciar, lo que la forestoindustria requiere hoy está en manos de las personas que la integran. Y son inversiones que requieren más tiempo que dinero.
Hoy más que nunca, llevar al sector forestoindustrial argentino al siguiente nivel está en nuestras manos. Hagamos historia.
(*) Por Matías Gyukits.
Economista Agrario, Productor Forestal y Consultor.
Argentina Forestal