Por Agroempresario.com
El tomate, hoy infaltable en las cocinas del mundo, tuvo un pasado lleno de miedos y malentendidos. Esta fruta originaria de Mesoamérica fue, durante siglos, objeto de desconfianza en Europa, donde se la consideró venenosa y hasta demoníaca. Su historia es un ejemplo revelador de cómo la percepción cultural puede transformar por completo el destino de un alimento.
Según Smithsonian Magazine, todo comenzó en 1544, cuando Pietro Andrea Mattioli, un renombrado herbolario italiano, lo describió erróneamente como parte de las mandrágoras, una familia de plantas asociadas a efectos afrodisíacos y tóxicos. Esta identificación inicial, basada en su pertenencia a la familia de las solanáceas, fue suficiente para encender las alarmas en Europa, donde cualquier conexión con lo desconocido generaba temor.
Mientras los pueblos originarios de América Central lo consumían sin reservas, en el Viejo Continente se lo cultivaba como una rareza exótica, más ornamental que culinaria. Elisabeth Whittle, historiadora de jardines, sostiene que su valor radicaba en su apariencia curiosa y no en su potencial como alimento.
El miedo se reforzó en 1597 con la publicación de John Gerard, barbero-cirujano y botánico amateur, quien calificó al tomate como “fétido y corrupto”. Aunque plagió buena parte de su obra, sus afirmaciones ganaron credibilidad y diseminaron aún más la desinformación. Si bien las hojas y tallos del tomate contienen alcaloides tóxicos, el fruto en sí es perfectamente comestible, pero el mito persistió, especialmente en Inglaterra y sus colonias.
Ya en el siglo XIX, una nueva amenaza aumentó la paranoia: el hornworm, un gusano de gran tamaño que atacaba las plantas de tomate. Por su aspecto intimidante, muchos creían que era venenoso. No obstante, investigadores como J.J. Thomas comenzaron a revertir esta idea, demostrando su inofensividad en publicaciones rurales.
El punto de quiebre llegó con la innovación de Joseph A. Campbell, quien introdujo la sopa de tomate enlatada. Este producto, fácil de conservar y transportar, marcó el inicio de la masificación del tomate, catapultándolo al estrellato gastronómico global.
Hoy, según datos de la FAO, se producen más de 180 millones de toneladas anuales en el mundo. El tomate no solo conquistó el paladar de millones, también dejó huella en la cultura popular, como en la película Attack of the Killer Tomatoes, que revive con humor sus viejos temores.
Así, este fruto pasó de ser símbolo de superstición a emblema de la globalización alimentaria. El tomate, más allá de su sabor, nos recuerda que incluso los prejuicios más arraigados pueden superarse con conocimiento, ciencia y tiempo.