Por Agroempresario.com
La posible salida de Estados Unidos del Fondo Monetario Internacional (FMI), promovida por sectores conservadores ligados a Donald Trump, podría desencadenar una transformación radical en el orden financiero global. Así lo advirtió Edwin Truman, exsubsecretario del Tesoro y actual investigador de la Universidad de Harvard, en una columna publicada en el Financial Times, donde analizó las consecuencias estratégicas, económicas y geopolíticas de una decisión que, de concretarse, dejaría a Washington fuera del corazón del sistema multilateral que contribuyó a crear.
La advertencia de Truman no es una exageración aislada. Llega justo antes de una nueva cumbre del FMI y el Banco Mundial, en la que se debatirán reformas estructurales en la arquitectura financiera global. El contexto político interno en Estados Unidos agrega tensión: el plan denominado Project 2025, impulsado por la Heritage Foundation —un influyente think tank cercano a Trump—, incluye el retiro del país tanto del FMI como del Banco Mundial, bajo la premisa de que estas instituciones son incompatibles con los valores de “mercado libre y gobierno limitado” que defienden.
Según Truman, tal movimiento implicaría un debilitamiento sustancial del liderazgo global estadounidense. “Sería devastador para la posición financiera internacional de EE.UU.”, aseguró. Y fue más allá: sin la presencia de Estados Unidos, el uso del dólar en las operaciones del FMI desaparecería, abriendo el camino para una mayor presencia de monedas como el yuan chino o el euro, y debilitando seriamente el rol del dólar como reserva de valor mundial.
La estructura del FMI está basada en una canasta multimoneda que da lugar a los llamados Derechos Especiales de Giro (DEG), donde el dólar tiene hoy un peso dominante del 43%. Esa relevancia no es solo simbólica: en la práctica, la mayoría de los préstamos, pagos y operaciones que se realizan a través del organismo están nominados en dólares.
Pero si EE.UU. se retira, su moneda quedaría excluida automáticamente de esa canasta. El motivo es técnico: solo las monedas de países miembros pueden formar parte del DEG. Y eso, advierte Truman, tendría un efecto en cadena. “Se reduciría la demanda global de dólares y los países dejarían de mantener sus reservas en esa divisa, porque no podrían usarla en las operaciones del Fondo”.
A medida que otros actores ganen espacio —principalmente China, con su ambición explícita de reformar el orden multilateral—, el sistema de pagos internacionales se reconfiguraría. El yuan podría ocupar el lugar que hoy ostenta el dólar, al menos en los organismos multilaterales. Y esa transición, lejos de ser técnica o financiera, tendría profundas consecuencias políticas.
“Una retirada de EE.UU. dejaría un vacío que rápidamente sería ocupado por China”, escribió Truman. El exfuncionario no solo imagina un FMI con nuevas reglas y monedas, sino incluso con una nueva sede: “No sería descabellado pensar en un traslado a Pekín, como símbolo de un nuevo liderazgo económico global”.
Este eventual cambio de eje tendría implicancias que van más allá del plano institucional. La capacidad de Estados Unidos para ofrecer asistencia financiera a sus aliados se vería drásticamente limitada. Actualmente, Washington ejerce influencia estratégica a través del Fondo: cada préstamo, cada programa, cada revisión técnica es también una herramienta diplomática. Sin esa palanca, el margen de acción internacional del país se achicaría notablemente.
Además, la pérdida del dominio del dólar afectaría de manera directa a los bancos y entidades financieras estadounidenses, que hoy se benefician de un acceso privilegiado a reservas internacionales, liquidez y respaldo de la Reserva Federal. Y no solo eso: las sanciones económicas, una de las armas más utilizadas por Washington en su política exterior, también perderían eficacia. “Si otras monedas comienzan a reemplazar al dólar, la capacidad de EE.UU. para ejercer presión económica sobre otros países se reduciría significativamente”, advierte Truman.
La evaluación de Truman se enmarca en un contexto de creciente cuestionamiento a los organismos multilaterales, no solo por parte de EE.UU., sino también de otros países que sienten que su peso en la gobernanza global es insuficiente. No obstante, abandonar estas estructuras, en lugar de reformarlas, podría tener un costo demasiado alto.
De hecho, la posibilidad de retiro no es solo retórica. El pasado 4 de febrero, Trump firmó una orden ejecutiva que ordena revisar la participación de EE.UU. en múltiples organismos internacionales, incluido el FMI. Y el 11 de marzo, el Congreso norteamericano analizó el procedimiento técnico necesario para formalizar esa salida.
“La decisión de retirarse sería una catástrofe estratégica. Las desventajas superarían con creces cualquier beneficio potencial”, concluyó Truman en su análisis. Su mensaje es claro: si EE.UU. deja el FMI, no solo abandona un asiento en la mesa de las decisiones globales. Deja, también, espacio libre para que otro actor lo ocupe. Y todo indica que ese actor será China.