Por Agroempresario.com
Separar la paja del trigo fue, para Franco De Estéfano y Francisco Ben, algo más que una metáfora: fue el inicio de un emprendimiento que está revolucionando el mundo de los sorbetes ecológicos en Argentina y que empieza a despertar interés en toda América Latina. La clave: usar los tallos de plantas como materia prima para fabricar bombillas naturales, resistentes y compostables.
Ambos se conocieron mientras estudiaban agronomía. Unidos por la curiosidad científica y el deseo de innovar con impacto ambiental, comenzaron a investigar cómo reemplazar los sorbetes de plástico sin caer en los típicos modelos de papel o cartón, que suelen deshacerse rápidamente en contacto con líquidos. Lo que descubrieron los llevó por un camino inesperado: el tallo del trigo tenía el potencial de convertirse en un sorbete ecológico, funcional y durable.
“Conocimos que en Asia ya se vendían productos similares, pero había muy poca información. No entendíamos cómo nadie lo hacía acá. Empezamos a investigar y, pese a muchas trabas, logramos llegar al mercado”, contó De Estéfano, oriundo de la Ciudad de Buenos Aires, en diálogo con TN. Su socio, Francisco Ben, es de Bragado, una ciudad bonaerense con fuerte tradición agrícola.
El proceso es completamente natural y artesanal. Tras la cosecha de diciembre, seleccionan cuidadosamente los tallos que serán utilizados. Luego los cortan manualmente —ya que no existe un sistema automatizado por las diferencias de tamaño y forma entre las plantas—, los esterilizan, los secan y finalmente los empaquetan. Así, logran obtener un producto completamente biodegradable, que no se dobla ni se desarma en la bebida, como suele suceder con los reemplazos de papel.
“El tallo es lo que nos importa. Es la clave frente a los sorbetes de cartón, que no son ni sostenibles ni sustentables, porque además de romperse con la bebida, están vinculados a procesos de deforestación”, explicó Franco. Su propuesta, en cambio, aprovecha un subproducto del agro que generalmente se descarta, convirtiéndolo en una alternativa ecológica real.
La recepción del público fue mejor de lo esperado. Ya lograron colocar el producto en el mercado y reciben constantes consultas desde distintos puntos del país. “La repercusión fue buenísima. Nos da mucha felicidad el proceso. Sentimos que estamos trazando un camino”, comentó con entusiasmo De Estéfano.
El nombre de su marca es ruidoso, intencionalmente llamativo, y busca instalarse con fuerza en un nicho que cada vez demanda más innovación y compromiso ambiental. A mediano plazo, los emprendedores se proponen crecer en volumen, mantener la venta directa y, en 2026, comenzar a exportar a países limítrofes con al menos un año de experiencia consolidada.
La historia de estos dos jóvenes se suma a un creciente número de iniciativas argentinas que nacen desde el agro con una mirada sustentable y creativa. Más allá de las trabas burocráticas y las dificultades técnicas, Franco y Francisco demostraron que es posible innovar con lo que el campo tiene a mano, transformando residuos en productos de valor agregado.
“Podemos y debemos hacer de todo en la Argentina. Tenemos con qué”, concluyó Franco, convencido de que la innovación agroindustrial no sólo es posible, sino necesaria en un contexto global que exige soluciones nuevas, funcionales y amigables con el ambiente.
Su mensaje es claro: con ingenio, compromiso y trabajo, el campo argentino no solo puede alimentar al mundo, sino también inspirarlo.