Por Agroempresario.com
En el corazón del Chaco argentino, donde por décadas reinó la tala indiscriminada como única alternativa productiva, una transformación silenciosa y sustentable florece entre las sombras del monte virgen. Se trata de la miel orgánica de El Impenetrable, una joya natural elaborada por manos qom y criollas, que no solo ha logrado revertir el avance del desmonte, sino también reconstruir el tejido económico y social de comunidades enteras.
La historia de esta revolución apícola comienza en uno de los territorios más olvidados del país: El Impenetrable chaqueño. Allí, el polvo seco, la sequía inclemente y los veranos agobiantes dibujan un escenario hostil. Sin embargo, este entorno, lejos de ser un obstáculo, ha demostrado ser el aliado perfecto para el desarrollo de una miel única en el mundo, codiciada en mercados de lujo de Europa y Estados Unidos por su pureza, sabor y origen natural.
La apicultura orgánica comenzó a gestarse en 2011, cuando el gobierno provincial, junto a técnicos especializados y organizaciones sociales, empezó a capacitar a familias locales para introducirse en el mundo de las abejas. Con el paso del tiempo, estas capacitaciones devinieron en una red productiva de escala regional, organizada en cooperativas, con infraestructura para la extracción, envasado y certificación de exportación.
Pablo Chipulina, excoordinador provincial del área apícola de Chaco, fue una pieza clave en el desarrollo del modelo. “La apicultura está en relación directa con el bosque nativo. Creamos una cadena laboral sustentable basada en recursos locales”, explica. Con la colaboración de Gladis Schab, y el respaldo de autoridades provinciales, capacitó a cientos de apicultores en el uso de materiales propios, como los cajones hechos con madera de árboles originarios del monte chaqueño.
Antes, el destino común de muchas familias era la tala de quebrachos y algarrobos. La necesidad económica empujaba a la destrucción del mismo monte que ahora es la base de una nueva economía regenerativa. Este fue el caso de Alejandro Pérez, integrante de la comunidad qom Ipiaxaicqp. “Hace 12 años, encontramos 30 colmenas abandonadas. Decidimos organizarnos y formarnos. Hoy tenemos 200 colmenas activas y una cooperativa con nombre propio: Piaipi”, recuerda.
En las 140.000 hectáreas de la comunidad Meguexoxochi, los apicultores desarrollaron una estrategia de conservación basada en el aprovechamiento racional del monte. La flora autóctona, rica en especies como mistol, algarrobo y quebracho, provee una floración extendida que puede durar hasta ocho meses, permitiendo hasta tres cosechas anuales de miel.
En un mundo donde la apicultura ha sido tradicionalmente masculina, mujeres como Rosa Ceballos y Ely Astorga se abrieron camino y hoy lideran colmenares en zonas como El Espinillo y El Sauzalito. Rosa fue la primera mujer en dedicarse a esta tarea en su comunidad, y Ely destaca por su capacidad técnica en el manejo de abejas Apis mellifera adansonii, una especie híbrida altamente adaptada al clima extremo del Chaco.
Estas historias no sólo derriban barreras de género, sino que también promueven un modelo de autonomía económica femenino, clave en zonas donde el trabajo escasea y las mujeres deben redoblar esfuerzos para sostener a sus familias.
Apolineo Juárez, más conocido como Puni, y su esposa Santa Palavesino son un ejemplo de cómo la apicultura cambió el rumbo de muchas familias. En la aldea Pozo del Gato, en el profundo Chaco, dejaron la tala para dedicarse a las abejas. Hoy cuentan con 150 colmenas y una economía estable. “Todo lo que tenemos, desde una moto hasta nuestra casita, es gracias a la miel”, confiesa Santa.
El impacto no es sólo económico. Las nuevas generaciones se integran a la actividad, heredando conocimientos tanto ancestrales como técnicos. La apicultura se ha convertido en una actividad familiar, comunitaria y regenerativa.
Desde 2017, Chaco trabaja en la certificación de mieles orgánicas, requisito clave para acceder a mercados exigentes. Gracias a estas gestiones, hoy la provincia cuenta con alrededor de 250 productores organizados en cooperativas y unas 15.000 colmenas certificadas bajo normas internacionales.
Paula Soneira, exsubsecretaria de Ordenamiento Territorial del Ministerio de Ambiente de Chaco, explica: “Exportar requiere organización, infraestructura, capacitación constante y apoyo estatal. Construimos salas de extracción, compramos maquinaria y formamos técnicos que hoy sostienen la producción”.
La empresa Argenmieles, del grupo Grúdas San Blas, fue fundamental en este proceso. Lucas Andersen, su gerente, destaca que la Argentina produce unas 70.000 toneladas de miel por año, de las cuales el 90% se exporta. Chaco representa un segmento clave de la miel orgánica, con 1000 toneladas exportadas en el último año. “Nuestro diferencial es la pureza y el origen silvestre de las mieles”, señala.
La historia de la miel es milenaria. Desde los egipcios hasta la Grecia antigua, el ser humano ha utilizado este producto como alimento, medicina y ritual. En Argentina, la especie Apis mellifera llegó en el siglo XVIII desde Francia, y luego se incorporaron variedades italianas.
La doctora Alicia Basilio, experta en polinizadores de la UBA, indica que hay unas 20.000 especies de abejas en el mundo. “Cada miel refleja su entorno: sabor, color y aroma varían según el polen recolectado”, dice. En El Impenetrable, esa diversidad floral se traduce en una miel densa, floral, de gusto suave y persistente.
La miel orgánica del Chaco enfrenta amenazas serias: olas de calor extremo, sequías prolongadas y la desaparición progresiva de fuentes hídricas. “Las altas temperaturas derriten panales y matan abejas”, lamentan los apicultores. Para enfrentar estos desafíos, se implementan estrategias como mudar colmenas cerca de cursos de agua o colocarlas bajo sombra.
Sin embargo, el cambio climático avanza más rápido que las soluciones. Por eso, preservar el monte y fortalecer la organización de los productores es vital.
En Miraflores, una planta comunitaria permite a cada familia procesar su cosecha. La producción, aunque individual, se comercializa colectivamente, generando economías de escala. La sensación al probar la miel del monte chaqueño es única. Como si cada cucharada concentra el calor del sol, el aroma de las flores silvestres y el trabajo silencioso de abejas y apicultores.
La miel chaqueña es mucho más que un producto gourmet. Es un acto de resistencia, una herramienta de empoderamiento, una forma de conservar el monte y una muestra de que otra economía, inclusiva y regenerativa, es posible.