Por Agroempresario.com
En los últimos años, el pasto cubano (Tithonia tubaeformis), también conocido como “botón de oro” o “girasolillo”, se ha convertido en una maleza problemática en el Noroeste Argentino (NOA), afectando especialmente cultivos como la caña de azúcar y el maíz. Su rápida dispersión, alta adaptabilidad y resistencia parcial a herbicidas lo posicionan como un desafío creciente para productores y técnicos agrícolas de la región.
El pasto cubano pertenece a la familia de las Asteráceas y es originario de Centroamérica. Aunque hace décadas se lo mencionaba en zonas del NOA, su importancia agronómica y presencia se han incrementado notablemente en provincias como Salta, Jujuy, Tucumán y, en menor medida, Catamarca y el norte de Córdoba.
Esta planta herbácea anual o bianual presenta un porte erecto que puede variar entre 1 y 3 metros. Sus tallos, angulosos y ramificados, tienen un color verde a morado en la base y sus hojas alternas son rugosas, con márgenes dentados. La inflorescencia típica de las Asteráceas muestra flores amarillas anaranjadas, que favorecen la producción abundante de semillas que se dispersan fácilmente gracias a su vilano, permitiendo que el viento y el agua la transporten a grandes distancias.
Históricamente confinada a zonas de Salta y Jujuy, la expansión del pasto cubano se ha acelerado, alcanzando sectores del centro y sur de Tucumán, y mostrando focos emergentes en el norte de Córdoba. Esta dispersión ha sido facilitada por el transporte de maquinaria contaminada, el movimiento de cargas y la colonización de bordes de caminos y banquinas, especialmente después de inviernos benignos.
Según Sebastián Sabaté, especialista de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (EEAOC), “la dinámica del pasto cubano es similar al avance de plagas como Dalbulus maidis, con rápida expansión y consecuencias significativas para los sistemas productivos.”
Declarado plaga nacional en 1983 por el Ministerio de Agricultura de Argentina, el pasto cubano se caracteriza por:
Los herbicidas comúnmente utilizados como atrazina, acetoclor y s-metolacloro han mostrado baja eficacia residual. En cambio, compuestos como inhibidores de HPPD (isoxaflutole, biciclopirona), ALS (diclosulam, imazatapir) y FSII (amicarbazone) están demostrando mejores resultados.
Sabaté explica: “La necesidad de revisar y actualizar los programas químicos es urgente. Aunque aún no hay biotipos resistentes a glifosato, sí existen fallas en el control debidas a aplicaciones tardías o condiciones climáticas desfavorables.”
La dispersión del pasto cubano se ve favorecida por la producción abundante de semillas con vilano, que permiten el transporte por viento y agua. Por eso, la limpieza rigurosa de maquinaria que proviene de zonas con presencia consolidada es fundamental para evitar su introducción en nuevos lotes.
Los desbordes de canales y anegamientos en caminos también funcionan como fuentes de ingreso de semillas, por lo que el control de malezas en banquinas y la gestión hídrica son fundamentales.
El control temprano es esencial para evitar que la maleza se establezca en cultivos. La germinación en pulsos y la posibilidad de crecer bajo cultivos implantados limitan las opciones una vez que la planta alcanza cierta altura.
El monitoreo permanente y la aplicación anticipada de herbicidas residuales son indispensables para evitar nuevos brotes. La EEAOC recomienda:
La detección y monitoreo constantes permiten acciones rápidas para minimizar el impacto en rendimientos y evitar el avance descontrolado.
Juan Carlos “Chachín” Morales, asesor regional y docente en la Universidad Nacional de Tucumán, comenta que en otras regiones como Centroamérica el pasto cubano se maneja como forrajera, sin dejar que florezca ni semille. “Aquí el problema radica en la diseminación de semillas y en el manejo químico exclusivo, que no es suficiente,” advierte.
Morales sugiere no descartar el control manual en banquinas y bordes de caminos, dado que la planta es visible y fácil de erradicar en estado vegetativo, pero reconoce que esta tarea no se realiza con la frecuencia necesaria, lo que favorece su consolidación y avance.
La competencia del pasto cubano con cultivos como caña de azúcar y maíz reduce el rendimiento productivo y puede generar costos adicionales en manejo. Su agresividad y resistencia parcial a herbicidas obliga a buscar nuevas alternativas y adoptar prácticas que permitan un manejo sustentable.
La maleza no solo compite por recursos, sino que también puede dificultar la aplicación eficiente de agroquímicos y el desarrollo óptimo de los cultivos.