Virginia Fabri
En el piso 29 del microcentro porteño, con vistas que parecen abrazar Buenos Aires entera, se despliega una de esas exposiciones que detienen el tiempo. Desde el lunes 3 hasta el miércoles 12 de noviembre, la ciudad puede asomarse a un universo de arte y memoria donde la platería criolla, los textiles sudamericanos, la pintura costumbrista y el mobiliario componen un relato material del Río de la Plata. Piezas únicas, de colecciones privadas, reunidas en un montaje sobrio y exquisito que invita tanto a la contemplación como al deseo.
El jueves 13 de noviembre, a las 19, ese conjunto —un verdadero mapa de nuestra identidad artística— saldrá a remate en Live Subastas, la plataforma online creada para el mercado latinoamericano que lleva el arte argentino al mundo. La visión de LiveSubastas: modernizar la tradición del remate sin perder su liturgia. En la plataforma, los coleccionistas pueden participar desde cualquier lugar, con pre ofertas anónimas y pujas en tiempo real, en un entorno que combina la emoción del martillo con la precisión digital. Una experiencia ágil, confidencial y global que replica los estándares de las grandes casas internacionales.
La apertura de la exposición, contó con una nutrida concurrencia de destacados coleccionistas y amantes del arte y fue auspiciada por la bodega Chateau D´Ancon, cuya producción de vinos de alta calidad producidos en la estancia mendocina, engalanaron el exclusivo evento.

La figura de Lauro Kagel, martillero público y licenciado en peritaje y valuación de obras de arte, aporta legitimidad y conocimiento. Heredero de una familia dedicada a la restauración de carruajes antiguos y al asesoramiento de colecciones privadas, su mirada curatorial entrelaza herencia y contemporaneidad. Su experiencia internacional ayudó a modelar un sistema que protege la identidad del comprador y asegura transparencia en cada operación: un cambio de paradigma para el coleccionismo local.
Entre las joyas del conjunto destacan los ponchos jesuíticos del siglo XVIII, tejidos en lana de alpaca con labor geométrica, listas lisas y una paleta de terracotas, dorados y verdes que aún vibran con la intensidad del tiempo. Son piezas que fueron producidas en los grandes obrajes de la Compañía de Jesús. Cada poncho es una reliquia textil: síntesis de técnica, historia y espiritualidad.

A su lado, un poncho araucano del siglo XIX, tejido en lana color azul añil con elegantes guardas de labor y flecos torcidos, condensa la fuerza simbólica del territorio y la continuidad de las tradiciones mapuches. En ese mismo hilo invisible dialogan los collares de chaquiras mapuches pertenecientes a la ex colección Nicolás García Uriburu. Plata, cerámica y color como emblemas de una cosmogonía que García Uriburu comprendió antes que nadie: el arte indígena no como curiosidad, sino como raíz viva del continente.
La sección de platería criolla y colonial ocupa un lugar central. Allí resplandece un sahumador del platero Coneh, pieza mayor de la orfebrería porteña del siglo XIX. De base cuadrangular acampanada, repujada con motivos fitomorfos y sostenida por tres caballos, la obra combina fuerza escultórica con un equilibrio de líneas que roza lo arquitectónico. A su lado, un mate del mismo orfebre exhibe un fuste en forma de cisne de largo cuello y cuerpo cincelado con flores, ejemplo de la sofisticación que alcanzó la platería local en tiempos en que beber mate era también un gesto de refinamiento. Son objetos que respiran identidad y elegancia, testigos de una sociedad que supo transformar lo cotidiano en arte.

Otra pieza notable es la sopera de plata Georg Jensen. De líneas puras y proporciones perfectas, la obra —realizada en Copenhague entre 1933 y 1944— se apoya en volutas que evocan ramas y flores. Cada detalle responde a la estética orgánica del célebre orfebre danés, cuyo nombre es sinónimo de modernidad y distinción. No es solo una sopera: es un manifiesto del diseño escandinavo, y un puente entre el Norte refinado y el Sur artesanal.

La pintura costumbrista aporta el pulso romántico de la muestra. Se destaca la acuarela circular “Interior de rancho”, de Juan León Pallière, perteneciente a la ex colección Antonio Santamarina y reproducida en la célebre exposición 150 años del arte argentino del Museo Nacional de Bellas Artes. En apenas unos centímetros de papel, Pallière logra condensar la intimidad del mundo rural: el mate sobre la mesa, la penumbra del adobe, la ternura sin artificios de la vida doméstica. En el lado posterior, posee una etiqueta con fecha 11 de octubre de 1960, donde consta que la obra fue prestada por el propio coleccionista Antonio Santamarina, para su exhibición en el Museo de Bellas Artes en la exposición mencionada.

También de Palliere, se presenta un documento excepcional: un poder notarial original firmado por él en París, en 1867, otorgando autorización al Banco de Londres y Río de la Plata para cobrar dividendos de sus acciones. Sellos franceses y argentinos testimonian el vínculo del artista con Buenos Aires y su participación en la vida económica del siglo XIX: un papel que, más allá de su rareza, revela la trama vital de un creador que pintó el alma criolla mientras se movía entre dos mundos.

La escultura tiene su emblema en el bronce “Indio Pampa” de Víctor de Pol, autor de la monumental cuadriga que corona el Congreso Nacional. De Pol, formado en Venecia y discípulo de Monteverde, llegó a Buenos Aires a fines del siglo XIX para dejar su impronta en la estética pública del país. En esta figura, el rostro del guerrero mira al cielo con nobleza serena, sosteniendo la lanza como si retara al viento. Es un símbolo de identidad y orgullo, un eco de la misma fuerza que impulsa los caballos del Congreso: la afirmación de lo argentino en el lenguaje universal del arte.
La muestra se completa con dos piezas de porcelana inglesa Cullum & Sharpus, Londres, que perteneció al presidente Nicolás Avellaneda. Las piezas fueron obsequiadas por la reina Victoria, junto al conjunto de 312 piezas con el monograma del mandatario, “N.A.”, pero al estilo de la monarca.
Es precisamente esa historia —la del arte como espejo de una nación— la que recorre cada vitrina de esta exposición. Desde los ponchos hasta los bronces, desde la orfebrería colonial, criolla e indígena hasta la modernidad danesa, la subasta propone un viaje sensorial y emocional por tres siglos de belleza. Es, más que una venta, una celebración de la forma y la memoria, una invitación a participar de ese instante en que la emoción estética se transforma en legado.

Hasta el miércoles 12 de noviembre a las 20, el público puede recorrer esta exposición en el piso 29 del microcentro porteño, antes de que el jueves 13, a las 19, todo salga al mejor postor bajo martillo y en tiempo real por Live Subastas. Será la oportunidad de participar de un evento que combina la precisión de la tecnología con el alma del coleccionismo.
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