El mayor productor de azúcar de caña de Estados Unidos, la familia Fanjul, quedó en el centro de una negociación estratégica que podría redefinir el abastecimiento de la industria de bebidas: Coca-Cola lanzará en otoño una nueva línea de productos elaborados exclusivamente con azúcar de caña cultivada a nivel local, y el conglomerado familiar se posiciona como uno de los principales candidatos para convertirse en proveedor clave. El movimiento surge tras meses de diálogo entre ejecutivos de la compañía y la administración de Donald Trump, en un contexto donde los precios internos del azúcar y las regulaciones federales juegan un papel decisivo.
La conversación que reactivó el interés por el azúcar de caña estadounidense se produjo durante la más reciente investidura presidencial. Allí, Trump cuestionó al titular de Coca-Cola, James Quincey, por utilizar jarabe de maíz en la fórmula tradicional de la bebida en Estados Unidos. La respuesta del ejecutivo —que no existía disponibilidad suficiente de azúcar de caña nacional— derivó rápidamente en una llamada del mandatario a José “Pepe” Fanjul, empresario de Palm Beach y amigo personal del presidente desde hace cuatro décadas. Ese gesto marcó el inicio de un proceso que, en los meses siguientes, fue cobrando volumen.
Aunque Coca-Cola confirmó el lanzamiento de su nueva línea, la compañía mantiene reserva sobre quién aportará la materia prima. Sin embargo, dentro del sector señalan que los Fanjul cuentan con la infraestructura, la escala y el músculo político necesarios para absorber un contrato de ese tamaño. Florida Crystals, la empresa insignia del grupo, produce aproximadamente el 16 % del azúcar sin refinar de Estados Unidos y registró ingresos por US$ 5.500 millones en 2024. Su estructura incluye ingenios, refinerías, tierras productivas y una rama inmobiliaria, además del control total sobre ASR Group, la mayor refinería de azúcar de caña del mundo.
El protagonismo político de la familia es un factor adicional. A lo largo de décadas, los Fanjul cultivaron relaciones con administraciones republicanas y demócratas. Sin embargo, su cercanía con Trump se ha vuelto especialmente relevante en este ciclo. En 2016 y 2020 fueron anfitriones de eventos de recaudación de fondos, y solo desde 1977 han aportado más de US$ 24 millones a campañas federales y estatales. En un mercado donde los precios del azúcar están fuertemente sostenidos por disposiciones gubernamentales, esta influencia resulta determinante.
El régimen de apoyo federal al sector incluye préstamos con tasas preferenciales, aranceles altos y restricciones severas a la importación. En julio, Trump firmó una legislación que elevó la tasa de interés para el azúcar sin refinar y aplicó un arancel del 50 % a Brasil, uno de los principales exportadores del mundo. Estas medidas fortalecen la posición de productores como los Fanjul, que operan dentro de un mercado interno protegido y con precios que duplican los valores internacionales.
No obstante, el crecimiento del imperio Fanjul no estuvo exento de cuestionamientos. Organizaciones ambientales denunciaron a lo largo de los años presuntas contaminaciones de vías fluviales vinculadas a la actividad agrícola del grupo. La compañía sostiene que sus granjas utilizan sistemas modernos de filtración y que el agua retorna “más limpia que cuando llegó”. También enfrenta críticas por la quema de hojas de caña, una práctica común para facilitar la cosecha que, según regulaciones estatales, no puede realizarse cerca de zonas pobladas. El vocero de la familia aclara que se trata de un procedimiento controlado y sujeto a normas estrictas.

Otra fuente de polémica remite a Central Romana, el conglomerado agrícola e industrial de República Dominicana del que la familia posee el 35 %. En 2022, el gobierno de Estados Unidos prohibió temporalmente la importación de su azúcar tras detectar indicadores de presunto trabajo forzoso. La compañía negó las acusaciones y afirmó haber invertido más de US$ 50 millones en viviendas, servicios básicos y mejoras laborales. En marzo, tras verificaciones externas, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza levantó la restricción, permitiendo el retorno de sus exportaciones al mercado estadounidense.
A pesar de los cuestionamientos, la familia sostiene que su liderazgo se apoya en prácticas sostenibles y una fuerte presencia comunitaria. En Florida Crystals, opera una planta de energía renovable basada en fibra de caña y una de las instalaciones de compostaje más grandes del país. Según su vocero, “nuestros empleados viven en estas comunidades y estamos comprometidos a protegerlas y servirlas”, un mensaje que busca contrarrestar el peso de las críticas.
La historia de los Fanjul es, para muchos analistas, una reconstrucción emblemática del exilio cubano. Descendientes de dos de las familias azucareras más prominentes de la isla, los Fanjul perdieron todo en 1959 tras la expropiación del régimen de Fidel Castro. Con capital reunido entre exiliados —equivalente hoy a más de US$ 7 millones— compraron sus primeras hectáreas en Pahokee, Florida, y trasladaron piezas de antiguos ingenios adquiridos en Luisiana. Desde allí construyeron, paso a paso, un imperio imposible de ignorar dentro de la política y la economía estadounidenses.
Su expansión tomó impulso en los años 80 con la adquisición de activos de Gulf and Western, y se consolidó en las dos décadas siguientes con compras estratégicas en Nueva York y California. En 2001, con la adquisición de Domino Sugar, sellaron el control de una de las marcas más reconocidas del mercado. En 2024 completaron la compra de la participación minoritaria de la Cooperativa de Productores de Caña, asegurando dominio total sobre ASR Group.
En la actualidad, mientras la industria estadounidense busca alternativas más sostenibles y trazables, Coca-Cola intenta reforzar su cadena de suministro con productos cultivados en el país. Para los Fanjul, ser parte de ese esquema les permitiría fortalecer la presencia de Florida Crystals como proveedor premium y expandir su negocio en un escenario de precios altos y creciente demanda por ingredientes naturales.
El posible acuerdo llega, además, en un momento en que el mercado internacional del azúcar exhibe volatilidad, lo que vuelve especialmente rentable operar bajo la protección del sistema estadounidense. Para la familia, asegurar un contrato de esta magnitud consolidaría un poder que ya no solo se mide en toneladas producidas, sino en la capacidad de influir en decisiones políticas y comerciales de alcance nacional.
La relevancia del proceso es tal que, según reconstruyó Forbes, la compañía mantiene un estricto hermetismo sobre los avances, mientras las fuentes del sector coinciden en que los Fanjul figuran entre los mejor posicionados para capitalizar la iniciativa.