Alerta por mortandad masiva de abejas en Uruguay y llamado urgente a actuar

La confirmación de episodios de mortandad masiva de abejas melíferas registrados en distintas zonas de Uruguay durante diciembre de 2025 encendió una señal de alarma en la comunidad científica, el sector productivo y los organismos públicos. Investigadoras e investigadores de instituciones nacionales alertaron que estos eventos no pueden ser interpretados como hechos aislados ni como un problema exclusivo de la apicultura, sino como un síntoma de desequilibrios ambientales de mayor alcance que afectan a los ecosistemas, la producción agropecuaria y la salud de la población.

El pronunciamiento se conoció el 18 de diciembre, cuando especialistas vinculados al estudio de polinizadores y biodiversidad difundieron un documento en el que expresan su “profunda preocupación” por la magnitud de las pérdidas registradas y exhortan a los responsables de políticas públicas a tomar decisiones urgentes. El foco está puesto en el impacto que la desaparición de abejas tiene sobre la producción de alimentos, la resiliencia de los ecosistemas y el equilibrio ambiental del país.

Las abejas melíferas cumplen un rol central como insectos polinizadores. Al facilitar la reproducción de numerosas especies vegetales, sostienen una parte significativa de la producción agrícola y la diversidad biológica. Además, son responsables de la generación de miel y otros productos de la colmena —como propóleos, cera y apitoxina— que poseen alto valor económico y biológico. En Uruguay, estas abejas son manejadas por apicultores que las cuidan y multiplican año a año, cumpliendo una función clave para mantener poblaciones sanas y productivas.

Según los datos disponibles, en el país existen alrededor de 560.000 colmenas, atendidas por unos 2.200 apicultores. Sin embargo, el número de productores viene disminuyendo de forma sostenida en los últimos años, una tendencia que preocupa tanto por su impacto económico como social. La apicultura uruguaya está conformada por emprendimientos dedicados de manera exclusiva a la actividad y por familias que la desarrollan como complemento indispensable de sus ingresos.

El perfil exportador del sector es otro elemento relevante. Cerca del 95% de la miel producida en Uruguay se destina a mercados externos, lo que exige cumplir con estándares de calidad e inocuidad altamente exigentes. Esa condición está respaldada por un Sistema de Trazabilidad vigente desde 2011, que regula toda la cadena apícola y posiciona al país como proveedor confiable a nivel internacional. Uruguay, además, se destaca por tener uno de los mayores promedios de colmenas por apicultor, un indicador que refleja el alto nivel técnico y el compromiso del sector.

A pesar de su importancia estratégica, la apicultura es considerada un rubro especialmente vulnerable. Las colmenas se ubican en paisajes productivos que, en la mayoría de los casos, no pertenecen a los apicultores. Esto implica que los productores solo controlan una parte limitada de los factores que influyen en la salud de las abejas. Mientras que la genética, la sanidad y las prácticas apícolas dependen del manejo directo, la nutrición, la calidad del entorno y la exposición a agroquímicos están determinadas por el uso del suelo y las prácticas agrícolas del entorno.

Las abejas pueden recorrer hasta tres kilómetros a la redonda en busca de alimento, lo que implica un área de influencia cercana a 28 kilómetros cuadrados. En ese espacio pueden encontrarse con múltiples fuentes de estrés, desde escasez de recursos florales hasta exposición a pesticidas. Esta característica convierte a las abejas en indicadores ambientales de alta sensibilidad, utilizados a nivel global como herramientas científicas para monitorear la calidad del ambiente.

En ese sentido, las abejas integran información sobre la disponibilidad de flores, la presencia de contaminantes y el estado general de los ecosistemas. Su análisis permite detectar cambios en la calidad del agua y del suelo, identificar exposición a pesticidas y advertir pérdidas de biodiversidad o modificaciones en el uso del territorio. Por esa razón, varios países han fortalecido sistemas de monitoreo, creado centros de investigación especializados y destinado recursos significativos a la protección de los polinizadores, utilizando la evidencia científica como base para la toma de decisiones públicas.

Las investigaciones nacionales citadas por los especialistas uruguayos muestran un panorama preocupante. Se reportan pérdidas anuales de colonias cercanas al 30%, asociadas principalmente al estrés nutricional y a la exposición —y en algunos casos sobreexposición— a pesticidas. Estos factores, subrayan, dependen directamente de cómo se gestiona el ambiente productivo, del cumplimiento efectivo de las normativas vigentes y de las prácticas agrícolas adoptadas.

Los recientes eventos de mortandad y despoblamiento de colmenas no solo representan pérdidas económicas significativas para un sector ya tensionado, sino que constituyen una señal de alarma ambiental. Si bien las colmenas permiten dimensionar el impacto sobre las poblaciones manejadas de abejas melíferas, los investigadores advierten que resulta imposible cuantificar con precisión las pérdidas que podrían estar ocurriendo simultáneamente en poblaciones silvestres de abejas, otros insectos, peces, plantas y microorganismos.

Ese impacto invisible podría tener consecuencias ecológicas y económicas de largo plazo, que no siempre son evidentes en el corto plazo. Desde esta perspectiva, las abejas vuelven a actuar como un alerta temprana de desequilibrios más amplios, que trascienden a la apicultura y alcanzan al sistema productivo en su conjunto, la biodiversidad y la salud de la población.

Frente a este escenario, el documento difundido por la comunidad científica exhorta a los responsables de políticas públicas a abordar la situación con seriedad y urgencia. Se remarca que la ciudadanía tiene derecho a vivir en ambientes sanos y seguros, y que proteger a los polinizadores es una condición indispensable para garantizar ese derecho. Al mismo tiempo, los investigadores expresan su disposición a trabajar de manera colaborativa con el Estado y los sectores productivos, en un diálogo basado en la evidencia científica y la responsabilidad compartida.

El mensaje central es que es posible sostener un modelo agroexportador y, al mismo tiempo, proteger la salud de los ecosistemas y de la población. Para ello, señalan, se requiere decisión política, cumplimiento efectivo de las normas, mejora de las prácticas productivas y una visión de futuro que integre producción y ambiente.

La crisis por la mortandad de abejas interpela así al conjunto de la sociedad uruguaya. Más allá del impacto inmediato en la apicultura, plantea una discusión de fondo sobre el modelo de desarrollo, el uso del territorio y el tipo de ambiente que el país está dispuesto a preservar para las próximas generaciones. Según informó el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, el llamado de la comunidad científica busca abrir ese debate con datos, evidencia y urgencia.