El maqui, un fruto silvestre originario del sur de Chile, se consolidó en los últimos años como uno de los alimentos con mayor poder antioxidante a nivel mundial. Crece de manera natural desde la zona central hasta la Patagonia y durante décadas fue parte de la vida cotidiana rural, hasta que estudios científicos recientes revelaron su extraordinario valor nutricional, lo que lo posicionó como un superalimento de interés global por su impacto potencial en la salud.
Según informó Meteored Chile, diversas investigaciones nacionales e internacionales ubicaron al maqui entre las frutas con mayor capacidad antioxidante del planeta, superando incluso a productos ampliamente reconocidos como el arándano, la mora o la frutilla. Este atributo se relaciona directamente con su alta concentración de compuestos bioactivos capaces de neutralizar los radicales libres, moléculas asociadas al envejecimiento celular y al desarrollo de enfermedades crónicas.

El intenso color negro-violáceo del maqui es uno de los principales indicadores de su riqueza química. Ese tono profundo se debe a la presencia de antocianinas, pigmentos naturales con efecto antioxidante y antiinflamatorio. Entre ellos se destacan la delfinidina y la cianidina, compuestos que, de acuerdo con la evidencia científica, contribuyen a mejorar la circulación sanguínea, proteger el sistema cardiovascular y fortalecer la respuesta inmune.
Estudios comparativos realizados con metodologías internacionales como FRAP y DPPH demostraron que el maqui alcanza valores excepcionalmente altos de actividad antioxidante. Estos métodos, utilizados para medir la capacidad de los alimentos de reducir el estrés oxidativo, posicionan a esta baya nativa en el primer nivel del ranking mundial, un dato que explica el creciente interés de la industria alimentaria y nutracéutica.
Más allá de su perfil nutricional, el maqui cumple un rol clave en los ecosistemas del sur chileno. El arbusto crece en zonas húmedas, bordes de caminos y claros de bosque, donde sus frutos alimentan aves y otros animales silvestres, favoreciendo la dispersión de semillas y la regeneración del bosque nativo. Por ese motivo, especialistas advierten sobre la importancia de promover prácticas de recolección responsable que eviten dañar las plantas y aseguren la continuidad de la especie.

Identificar correctamente el maqui es fundamental para una cosecha segura. A diferencia de otras especies nativas, no presenta espinas ni aroma marcado, y sus frutos crecen en racimos pequeños, de textura jugosa y sabor agridulce. Cuando están completamente maduros, alcanzan su máximo contenido de antocianinas. En regiones más australes, las plantas suelen ser más bajas y los frutos ligeramente más pequeños, aunque conservan la misma intensidad de pigmentos y propiedades nutricionales.
El creciente reconocimiento internacional del maqui también impulsó nuevas formas de consumo. Además de ingerirse fresco o congelado, se utiliza en jugos, infusiones, mermeladas y suplementos en polvo o cápsulas. Si bien el procesamiento puede reducir parte de su contenido antioxidante, los especialistas señalan que incluso en estas presentaciones el fruto conserva beneficios relevantes para la salud.
Desde una perspectiva cultural, el maqui tiene un fuerte arraigo en el conocimiento ancestral mapuche, donde fue utilizado históricamente como alimento y medicina natural. Hoy, ese saber tradicional dialoga con la ciencia moderna, que valida muchas de las propiedades atribuidas durante siglos por las comunidades originarias.

El auge del maqui abre también un debate sobre su aprovechamiento productivo. Investigadores y organismos técnicos analizan alternativas de manejo sustentable que permitan responder a la demanda creciente sin comprometer los ecosistemas donde crece de forma silvestre. La recolección controlada y el desarrollo de sistemas de producción responsables aparecen como caminos posibles para equilibrar conservación y desarrollo.
En un contexto global marcado por la búsqueda de alimentos funcionales y hábitos de vida más saludables, el maqui emerge como un símbolo del valor estratégico de la biodiversidad chilena. Un fruto que pasó de ser parte del paisaje cotidiano del sur a ocupar un lugar destacado en la agenda científica internacional.
