A los 17 años, Hugo López llegó empapado por la lluvia a su primera entrevista laboral. Había pedido prestada una moto, no tenía casco y necesitaba el trabajo. Ese día ingresó como repartidor en una heladería, sin imaginar que esa experiencia inicial sería el punto de partida de un recorrido que lo llevaría, dos décadas después, a dirigir una de las cadenas de hamburgueserías más consolidadas del país.
La historia de López, reconstruida a partir de un perfil publicado por La Nación, resume un itinerario emprendedor atravesado por el aprendizaje práctico, la observación constante y la decisión de capitalizar cada etapa como una herramienta de formación.

Criado en un hogar donde el trabajo manual era central —su madre repostera y su padre ebanista—, López incorporó desde chico una lógica de precisión y esfuerzo. Tras cursar una escuela técnica en Victoria, alternó estudios universitarios inconclusos con changas en panaderías, la carpintería familiar y distintos empleos vinculados a la gestión y la administración. Esa combinación de experiencias le permitió conocer, desde abajo, el funcionamiento operativo de distintos rubros.
El paso por la heladería fue clave. Allí no solo aprendió tareas básicas, sino que se familiarizó con procesos, logística, control de stock, manipulación de alimentos y procedimientos administrativos, conocimientos que luego trasladaría al desarrollo de su propio negocio. “Capitalicé esa experiencia”, reconoce hoy, al recordar cómo observaba cada engranaje del funcionamiento diario.

Con el tiempo, y junto a socios, incursionó en el rubro gastronómico con un bar en Palermo. El proyecto atravesó dificultades y estuvo cerca de fracasar, hasta que una decisión cambió el rumbo: viajar a Nueva York para estudiar de primera mano el modelo de las hamburgueserías urbanas. Durante ese recorrido, López y sus socios relevaron locales, procesos, circulación de personal y diseño de cocinas, tomando notas y bocetos que luego serían fundamentales.
De regreso en Buenos Aires, apostaron a un concepto propio. El primer local no tuvo un arranque fácil, pero una temprana estrategia de comunicación digital permitió revertir la situación. En pocos meses, el proyecto comenzó a escalar. Hoy, la cadena Dean & Dennys cuenta con más de 40 locales, presencia en Uruguay y Paraguay, y una planta productiva que procesa unas 50 toneladas de carne por mes, despachando alrededor de 700.000 medallones mensuales.

El crecimiento no fue lineal ni exento de riesgos. López reconoce que el respaldo familiar fue decisivo para sostener los momentos más complejos. “Si no hubiese contado con ese apoyo, no estaría donde estoy”, admite.
El caso refleja una tendencia cada vez más visible en el ecosistema emprendedor argentino: trayectorias que combinan formación informal, experiencia práctica y aprendizaje internacional, con una fuerte capacidad de adaptación al mercado local. En ese cruce entre oficio, observación y decisión, se explica el salto de quien comenzó repartiendo helados y terminó liderando una cadena gastronómica regional.