En Las Compuertas, Mendoza, a los pies de la Cordillera de los Andes, los hermanos Gabriel y Cristian Williams lograron un hito inédito para la industria de bebidas premium de la Argentina: desarrollar y lanzar al mercado el primer whisky single malt con trazabilidad 100% andina, elaborado íntegramente con cebada de altura cultivada en el Valle de Uco y madurado durante una década. El proyecto, que comenzó en 2013 y hoy ve sus primeras barricas de 10 años listas para la venta, apunta a competir en calidad con etiquetas escocesas de referencia, en un segmento dominado históricamente por Europa.
“No fue magia, hubo que esperar diez años”, resumieron los creadores del emprendimiento al presentar las primeras partidas comerciales, según consignó La Nación en un artículo publicado en su edición de Revista Lugares. La frase sintetiza el espíritu de una apuesta que combinó paciencia, inversión, conocimiento técnico y una fuerte identidad territorial, en una zona tradicionalmente asociada al vino.

La destilería, instalada en un predio que hasta hace poco era un bosque sin infraestructura, fue construida de manera artesanal con materiales recuperados de antiguas bodegas, del ferrocarril y del correo argentino, un enfoque que refuerza el carácter patrimonial y sustentable del proyecto. El edificio, que recientemente recibió un premio de arquitectura, funciona hoy como núcleo productivo y espacio de experiencias, integrando destilación, maduración y turismo de alta gama.
El origen del proyecto está profundamente ligado a la historia familiar. “Williams es nuestro apellido y lo del whisky lo tenemos en la sangre, es cultural. Mi bisabuelo tomaba whisky, mi abuelo y mi papá también, y nosotros amamos el whisky”, explicó Gabriel Williams, en declaraciones recogidas por La Nación. Con una trayectoria previa vinculada al mundo vitivinícola mendocino, los hermanos decidieron vender sus activos y apostar de lleno por la malta, convencidos de que el terroir andino ofrecía condiciones únicas.
La base del single malt es la cebada sembrada entre los 1.200 y 2.000 metros sobre el nivel del mar, en un entorno de clima seco, gran amplitud térmica y agua de deshielo. Ese cereal se maltea en la propia destilería, en un horno construido con antiguos adobes que aseguran condiciones óptimas de aislamiento térmico. El proceso continúa con la cocción, fermentación y destilación en alambiques de cobre antiguos, restaurados tras una búsqueda minuciosa, y culmina con la maduración en barricas de roble recién descubadas y rellenadas el mismo día, una decisión técnica clave para lograr perfiles aromáticos distintivos.

El resultado son maltas con notas frutadas y especiadas, que, según sus creadores, pueden compararse en complejidad con whiskies escoceses de hasta 18 años. Hoy, las primeras barricas alcanzaron su punto óptimo tras una década de espera y se comercializan en partidas limitadas, únicas e irrepetibles, un formato habitual en el universo del whisky de alta gama.
Durante esos diez años de maduración, el proyecto no se detuvo. Mientras las barricas evolucionaban en silencio, los hermanos Williams desarrollaron otros destilados que les permitieron sostener la estructura productiva y ganar experiencia comercial. En ese período lanzaron los gins Belladona y The Perfumist, los vodkas Antártica y Narciso Negro, el vermú Hierba Mala y el pisco Diavolezza, construyendo un portafolio diverso y consolidando su identidad como destilería boutique.
Hoy, la experiencia va más allá del producto. El predio culmina en un espacio denominado Chupacabras whisky boutique & club, un salón de estética british, con madera, hierro, sillones Chesterfield y una gran barra central, pensado para degustaciones sin apuro. Allí, los visitantes pueden probar los whiskies de la casa acompañados por un tapeo de carnes, en un entorno que remite a los clubes tradicionales del Reino Unido, pero con impronta andina.

Uno de los puntos más singulares del recorrido es la llamada Millstone Experience, una degustación privada que se realiza alrededor de una muela de molino jesuita del siglo XVII, considerada un objeto sagrado dentro de la destilería. En ese espacio, los visitantes acceden a maltas especiales de la estiba privada, directamente desde la barrica y en formato cask strength, una modalidad reservada para conocedores.
El proyecto se inserta en un contexto más amplio de diversificación productiva y enoturística de Mendoza, donde la innovación en bebidas premium gana terreno como complemento del vino. En ese sentido, el single malt andino no solo busca conquistar paladares, sino también posicionarse como un producto de identidad territorial, con fuerte anclaje en el paisaje y la cultura de montaña.
Desde la destilería destacan que la trazabilidad completa —desde la siembra de la cebada hasta el embotellado— es uno de los diferenciales clave frente a competidores internacionales. En un mercado global cada vez más atento al origen, la historia y la autenticidad, el concepto de “whisky de altura” aparece como una narrativa potente para captar consumidores de nicho, tanto en el país como en el exterior.

La comercialización se realiza de manera directa desde la destilería y a través de circuitos especializados, con foco en ediciones limitadas y experiencias personalizadas. Las visitas deben reservarse con antelación y el tour incluye un flight guiado de dos expresiones del Casanegra Andes Single Malt, conducido por sommeliers especializados.
Con este lanzamiento, los hermanos Williams no solo introducen un producto inédito en la Argentina, sino que también abren una nueva categoría dentro del mapa global del whisky. Desde un rincón de Mendoza, con paciencia y una visión de largo plazo, apuestan a demostrar que el lujo, la calidad y la identidad no son patrimonio exclusivo de Escocia, sino que también pueden nacer al pie de los Andes.