Por Agroempresario.com
La política cambiaria del gobierno de Javier Milei volvió a ocupar el centro del debate económico. Con un tipo de cambio flotante administrado y una decisión firme de no intervenir en la compra de divisas hasta que el dólar oficial toque el piso de la banda cambiaria, la administración mantiene su prioridad: la baja de la inflación. Sin embargo, la falta de acumulación de reservas genuinas preocupa a economistas y analistas del mercado, que advierten sobre los peligros de repetir errores del pasado reciente, especialmente los de 2017.
El 11 de abril, tras un acuerdo técnico con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Gobierno anunció una flexibilización parcial del cepo y la adopción de un régimen de flotación administrada con bandas cambiarias. El mensaje inicial fue bien recibido por el mercado: se valoró que se priorizara la estabilidad macroeconómica sobre los intereses electorales.
No obstante, esa percepción positiva se diluyó en cuestión de semanas. El ministro de Economía, Luis Caputo, junto con el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, empezaron a delinear un enfoque más rígido: no comprar dólares mientras el tipo de cambio oficial no llegue a niveles inferiores a $1000.
Desde el Banco Central (BCRA), la justificación apunta a evitar “distorsiones” en el mercado. Para Federico Furiase, director de la entidad, intervenir para acumular reservas podría generar emisión monetaria y poner en riesgo la baja sostenida de la inflación.
Pero los datos revelan una intervención indirecta: en abril, el BCRA aumentó su posición vendedora en futuros de dólar en unos US$400 millones, cifra que habría ascendido a US$1000 millones en mayo, según la consultora Outlier. Esto demuestra que, si bien no se compran divisas en el mercado spot, sí hay participación en derivados para controlar la expectativa de devaluación.
El exministro de Economía Domingo Cavallo fue tajante en su blog personal: “Se necesitan reservas para pagar importaciones y deuda. Y aún más si se quiere remonetizar la economía”. Si bien reconoció que en un régimen cambiario totalmente libre las reservas pierden relevancia, advirtió que Argentina no se encuentra en esa situación.
En sintonía, el economista Ricardo Arriazu, muy cercano al oficialismo, fue contundente: “Deberíamos sumar US$100.000 millones en reservas. El Gobierno no quiere porque espera que el dólar caiga. Yo ya hubiera intervenido”.
Carlos Melconian, otro nombre con peso, apuntó contra el tipo de cambio actual. “Supera cualquier colchón y hasta Vaca Muerta. Hay un problema en el tipo de cambio”, sentenció.
Desde el Gobierno, las comparaciones con el segundo año de la presidencia de Mauricio Macri son descartadas. “Una de las cosas que nos pesan hoy es 2017”, reconoció el viceministro de Economía, José Luis Daza, en una entrevista en Neura. Afirmó que, a diferencia de entonces, ahora se cerró el déficit fiscal desde el inicio.
El vicepresidente del BCRA, Vladimir Werning, destacó estas diferencias en una presentación reciente en San Salvador. Subrayó que actualmente hay superávit primario, nula emisión monetaria y una cuenta corriente menos deficitaria que en 2017.
A pesar del superávit fiscal, Argentina sigue careciendo de reservas netas. El economista Lorenzo Sigaut Gravina, de Equilibra, detalló que “el tipo de cambio está un 6,2% más apreciado que en 2017, pero el stock de reservas es peor y existen utilidades atrapadas”. Las restricciones al giro de dividendos persisten, y la confianza inversora se mantiene contenida.
Sin embargo, Sigaut Gravina ve mejores perspectivas hacia adelante. Con apoyo político tras las elecciones y acumulación de reservas, Argentina podría recuperar el acceso a los mercados, algo que Macri perdió en 2018. “Hoy no hay fondos especulativos en juego, y si se hacen los ajustes pendientes, la economía puede salir más fuerte”, concluyó.
Desde la administración Milei, el mensaje es claro: no se desviará el rumbo para satisfacer demandas de corto plazo. La prioridad es bajar la inflación y ordenar las cuentas públicas. Para los economistas ortodoxos del gobierno, la credibilidad en el régimen cambiario es clave para anclar expectativas.
Pero los críticos advierten que, sin reservas, la economía sigue siendo vulnerable. Con una cuenta corriente que podría cerrar 2025 con un déficit de US$9000 millones, el riesgo de una disrupción externa es real. Y si bien hoy no hay corridas, el recuerdo de 2018 aún pesa.
La incógnita central es si el Gobierno podrá mantener su política sin sobresaltos. La demanda de dólares no desaparecerá, y la capacidad de resistir shocks externos dependerá de la confianza del mercado. El FMI observa con atención, y aunque el acuerdo vigente le da cierto respaldo al Ejecutivo, el margen de maniobra no es amplio.
El equilibrio entre disciplina fiscal, estabilidad cambiaria y recuperación de reservas es frágil. Si el tipo de cambio no se devalúa y la inflación cede, el plan gana solidez. Pero si la falta de dólares paraliza el comercio o presiona sobre los precios, la historia podría repetirse.