En cada brindis de Navidad y Año Nuevo hay una bebida que se repite en millones de mesas argentinas, pero cuyo origen productivo es poco conocido. Se trata de la sidra, un consumo emblemático de fin de año que tiene un claro epicentro: Río Negro, provincia patagónica donde se elabora ocho de cada diez litros que se producen en el país. El dato, relevado por el Ministerio de Desarrollo Económico y Productivo rionegrino y difundido por el Diario Río Negro, confirma la fuerte concentración geográfica de esta industria.
Argentina produce anualmente alrededor de 50 millones de litros de sidra, de los cuales unos 40 millones se originan en Río Negro. La explicación es estructural y productiva: la provincia concentra la mayor parte de la fruta de pepita del país, insumo clave para la elaboración de esta bebida. Tanto el Alto Valle como el Valle Medio reúnen cerca del 80% de la producción nacional de manzanas y peras, una base que sostiene el liderazgo sidrero.

El vínculo entre la sidra y la fruticultura es directo. Para alcanzar los volúmenes actuales se utilizan decenas de millones de kilos de fruta fresca, lo que convierte a la industria sidrera en un eslabón relevante para el agregado de valor regional. Además, cerca del 20% de la producción se destina a la exportación, principalmente a mercados regionales, lo que amplía el impacto económico más allá del consumo estacional interno.
La actividad se encuentra fuertemente localizada en el Alto Valle, con General Roca como principal centro de elaboración, seguida por localidades como Fernández Oro y Villa Regina. Allí conviven plantas industriales de gran escala con emprendimientos más pequeños, en un entramado productivo que combina tradición e innovación.
A diferencia de otras bebidas, el sector sidrero argentino muestra una estructura relativamente joven. Muchos de los establecimientos actuales iniciaron su actividad en los últimos años, impulsados por la disponibilidad de materia prima y por un cambio en las preferencias de consumo. En ese escenario, junto a las marcas históricas surgió una nueva generación de productores artesanales y sidras premium, que apuestan a la diferenciación, al origen y a procesos de elaboración más cuidados.

Este crecimiento convive con una transformación normativa y productiva. La habilitación de nuevas categorías, como la sidra de pera y el espumante de pera, abrió oportunidades para ampliar la oferta y aprovechar mejor la producción frutícola. Al mismo tiempo, comenzaron a organizarse redes de productores artesanales y a explorarse iniciativas de turismo sidrero, todavía incipientes pero con potencial de desarrollo en la región.
El fuerte peso de Río Negro en la sidra no es casual ni coyuntural. Responde a décadas de especialización frutícola, infraestructura instalada y conocimiento técnico acumulado. En un contexto en el que el consumo interno sigue siendo marcadamente estacional —con picos concentrados en las fiestas de fin de año—, la provincia logró consolidar una industria que combina volumen, exportación y valor agregado.

Así, detrás de un producto asociado al brindis y a la celebración, se despliega una economía regional estratégica, que conecta al consumidor urbano con el corazón productivo de la Patagonia. Cada botella de sidra que se descorcha el 24 o el 31 de diciembre tiene, en la mayoría de los casos, su origen en los valles rionegrinos, donde la fruta se transforma en uno de los clásicos más persistentes de las Fiestas argentinas.